Hace cerca de tres años, Andrés Borge se rompía la rodilla izquierda en un entrenamiento con el filial. El binefarense pasaba por el quirófano para ser intervenido de la rotura del ligamento cruzado anterior que le mantuvo un año entero alejado de los terrenos de juego. Aquel calvario, lejos de reducir su fútbol y sus ilusiones, devolvió a un jugador más fuerte. Aquel 18 de diciembre de 2020 nació otro Borge. Más hecho. Más derecho. Mejor.
Desde entonces, el oscense no ha parado de crecer. Habitual en pretemporadas y entrenamientos con el primer equipo, Borge está considerado el mejor defensa de la Ciudad Deportiva. La aseveración no procede de voces forofas o ignorantes, sino de técnicos expertos y trabajadores veteranos que han visto pasar multitud de chavales por las instalaciones de la Carretera de Valencia. Y de Borge nadie habla mal. Al contrario. El chico, aseguran, es tan serio en el campo como fuera de él. Un ejemplo de dedicación, entrega y compromiso.
Borge, que se encuentra en su último año sub-23, cumplió el gran sueño de su vida. Escribá tenía claro desde hace días que él iba a ser el encargado de ocupar el lateral izquierdo en Ferrol ante la ausencia de los dos especialistas de la primera plantilla. No funcionó la prueba anterior con Gámez, pero Borge no era el elegido solo por eso. El binefarense se lo había ganado a pulso a base de buenas actuaciones en ese puesto con el filial y durante el verano con un Escribá seducido por su regularidad, Borge no hace nada mal. Tiene anticipación, velocidad, resistencia y, sobre todo, una disciplina táctica y unos fundamentos defensivos que lo convertían en el candidato ideal para hacer frente al incordio que se avecinaba con Carlos Vicente. Y el zaragocista cumplió como pudo. Plantó cara al principio pero sufrió mucho al final a un futbolista desequilibrante que no deja de repetir esfuerzos y acudir al espacio. Así llegó el gol que decidió el partido, una delicia que partió de su bota derecha para dejar el balón justo en la cabeza de Álvaro, que solo tuvo que empujar el balón a la red.
Cumplió Borge, pero Carlos Vicente ganó el partido, así que el duelo tiene un claro vencedor. El extremo es un jugador de los que escasean. Ahora todo son diagonales, bandas cambiadas y demás milongas que se apartan de ese fútbol de siempre en el que el extremo corría la banda, llegaba hasta la línea de fondo y centraba en busca del delantero (generalmente dos, no uno y medio). Así solían fabricarse los goles. Ahora, la práctica está en desuso. De hecho, el Real Zaragoza ni siquiera tiene en su plantilla un extremo diestro que recorra la banda y ponga centros. Un Carlos Vicente, vamos. Eso sí, zurdos hay tres (Mollejo, Bermejo y Valera), aunque solo el último incluye entre sus prestaciones la profundidad, el desborde y la llegada hasta la línea de fondo. Los tres responden a ese manido perfil de la pierna cambiada en ese sempiterno empeño de despegarse del fútbol de siempre y abrazar el moderno.
Ganó el Racing de Ferrol de Carlos Vicente porque fue mejor que un Zaragoza superado en todas sus líneas por un equipo imponente en las disputas y los duelos. Ahí, en la intensidad, sucumbió un equipo aragonés que mal haría en encajar la derrota sin aprender una lección. De nada sirve tener más calidad cuando el rival luce más el mono de trabajo. Y, si tiene a Carlos Vicente, mucho mejor. Hace cinco años estaba en la Ciudad Deportiva.