Al final de la Liga, un número será el que decidirá el destino del Real Zaragoza. El número de puntos que el equipo haya sido capaz de sumar en 42 jornadas. Después de siete partidos, los guarismos del Real Zaragoza son fantásticos: 16 de 21 posibles, un soberbio 76%, lo que le otorga la condición de líder de la Segunda División con uno de renta sobre el segundo y el tercero y cuatro sobre el séptimo, el Racing, el primero por debajo de la línea del playoff. Números que se redondean así: diez goles a favor y solamente tres en contra.
Si la Liga terminara antes de comenzar octubre, la temporada del Real Zaragoza sería un éxito absoluto y tendría como recompensa el premio mayor. El contexto no es otro que ese: el esprint inicial del equipo ha sido sobresaliente desde el punto de vista estadístico. Sin embargo, el campeonato no acaba aquí, le restan ocho largos meses en su fase regular más otro más de eliminatorias por el ascenso para cuatro equipos.
Los números son ahora mismo incontestables, no admiten discusión. Lo que sí la admite es la forma en la que el Real Zaragoza ha llegado hasta este lugar. Será difícil que la ecuación vuelva a cuadrar de una manera tan perfecta si el equipo no da un salto adelante en las próximas semanas y no pule sus evidentes problemas. Para sostener este ritmo de puntuación, tendrá que mejorar muy especialmente en la fase ofensiva del juego, en todo lo que nace en la línea de centrocampistas y acaba en los delanteros, huérfanos de goles y hasta de posibilidades de remate.
El empate contra el Racing en La Romareda y la derrota de Ferrol llevaron al primer plano algo que ya había sucedido en la racha triunfal de cinco victorias consecutivas y que el estado de felicidad había ocultado por la fuerza de los hechos. El Real Zaragoza está teniendo problemas para generar juego ofensivo: el equipo se enreda en el centro del campo, donde el fútbol se hace plano, y produce en poco volumen y con poco peligro. Los delanteros, que por sí mismos tampoco han sido capaces de buscarse las habichuelas ni de acertar en los escasos remates que han tenido a su disposición, son las víctimas finales de una cadena de contratiempos que empieza más atrás.
Después de siete jornadas, al centro del campo le sigue sobrando horizontalidad y le falta verticalidad, conducción, capacidad para romper líneas por piernas o por talento, imaginación y desborde. Ahora mismo esa bandera solo la porta Valera. La baja de Francho ha sido terrible porque sus condiciones físicas no tienen réplica en la plantilla. La lesión de Nieto también ha hecho daño porque su momento era dulce y estiraba el campo por el costado izquierdo.
Escribá es plenamente consciente del problema, que tiene una dimensión colectiva, que le atañe directamente porque el motor se gripa cuando el balón transita por el medio, y otra individual. Desde la paz que da el liderato, no hay que olvidarlo, el momento exige respuestas serenas y adecuadas desde el banquillo y también un paso adelante de Aguado, Moya, Mesa y Bermejo. El Zaragoza necesita un juego menos plano y más creativo e incisivo de sus centrocampistas. También, por supuesto, mayor nivel de los delanteros.
El plan principal del entrenador se soporta fundamentalmente sobre los cimientos defensivos. Quiere, a toda costa, un equipo que reciba pocos goles. Por contundencia propia, por el gran estado de forma de Cristian, por el desacierto de los rivales en momentos puntuales de varios partidos y por cierta fortuna, esa pata está sana y robusta. Cojea la otra. Al Zaragoza le falta fútbol y producción en ataque. Primero crearla y, finalmente, materializarla. Con sus matices y aspectos mejorables, que también los hay, el freno está bien echado en la parte de atrás. A Escribá le falta ahora encontrarle el tacto al pedal del acelerador.