El derbi aragonés
La contracrónica del Real Zaragoza - Huesca (0-2): ya nadie se salva
La Romareda sentencia a Escribá y Bermejo y señala también por primera vez a los jugadores tras la derrota ante el Huesca
Ya nada queda del espíritu del 'moverse, maños, moverse' y tocará reconstruir los cimientos de nuevo con otro técnico para reenganchar a la grada

La afición del Real Zaragoza, con las bufandas al aire en la salida de los jugadores al terreno de juego. | JAIME GALINDO / A. Bobed
A. Bobed
La Romareda hasta ahora había dirigido sus miradas y su malestar sólo hacia Fran Escribá, el principal culpable a ojos de la parroquia zaragocista de que un equipo que era líder y enganchaba se haya convertido en un conjunto mediocre, a merced de cualquier rival, superado día sí y día también y sin atisbo de solución si el timón del barco no cambia de capitán.
Pero ahora el abanico de la ira ya se ha desplegado con fuerza y le atiza al palco y a los futbolistas por primera vez esta temporada. Nada quedó tras el derbi contra el Huesca de aquel espíritu del 'moverse, maños, moverse'. Nada queda ya de esa comunión entre equipo y grada, aquello tan bonito que se construyó entre todos los estamentos del club. Se ha derrumbado y ahora mismo no quedan ni los cimientos, porque La Romareda estalló y ya mostró su razonable enfado con los futbolistas, que hasta ahora eran intocables. Son los mismos del principio de temporada, aunque fuera mentira, pero poco ha durado la alegría.
Y aunque duela no hay mayor gota para colmar el vaso de la paciencia que perder contra el vecino, en tu casa y en horas bajas. Para algunos es un derbi, para otros un duelo de rivalidad regional, pero para todos, se le llame como se le llame al partido, la derrota escuece más y las protestas de la grada van en consonancia.

La grada, enfadada en un momento del choque. | JAIME GALINDO / A. Bobed
Mensaje claro al palco
Así que La Romareda se hartó. Eso sí, sólo cuando vio que el partido iba a ser más de lo mismo, con ese 4-4-2 desesperante y ese juego más propio de balonmano que lleva a no generar ni media ocasión. Y eso que la afición entró en el encuentro queriendo olvidarse de la mala racha y yendo a muerte con los futbolistas. Lo demostró en el recibimiento y en la salida al campo, aunque Escribá se llevó una gran pitada cuando fue anunciado por la megafonía del estadio.
Pero pronto fue creciendo el runrún con el gol de Obeng y la inoperancia del Real Zaragoza en una primera mitad irritante y todo terminó de estallar por los aires con la primera ventana de cambios de Fran Escribá. El valenciano decidió quitar a Sergi Enrich, Germán Valera y Borge y ahí saltó la grada.
Ese fue el momento en el que dijo que ya basta, que hasta aquí había llegado la paciencia con el entrenador (que por cierto no salió nada del banquillo en todo el segundo acto). La grada le firmó en ese preciso instante su sentencia de muerte, si no lo hizo ya tras la humillación frente al Atzeneta en la Copa del Rey.
Pero el entrenador, por inverosímil que parezca, no fue el objeto de la ira zaragocista. Él fue el mensaje con la grada como remitente y el palco como destinatario. Hacia la zona noble del estadio se giró La Romareda entera con una exigencia: la cabeza de Escribá. Porque ya no aguanta más, no entiende sus planteamientos, sus cambios, sus discursos y, sobre todo, las derrotas. Porque las victorias todo lo sostienen, como al principio de la temporada, por más que el juego no fuese excelso, pero cuando el barro llega al cuello la película cambia y mucho.
Si el mantra del quién te ha visto y quién te ve se le aplica al Real Zaragoza cuando se compara el de las cinco primeras jornadas, el caso de Bermejo no se queda atrás. Nada queda de aquel mediapunta habilidoso que se echaba el equipo a las espaldas y que marcaba goles. Aquel que muchos pensaban que por fin había pasado de eterna promesa a realidad. Este año es una rémora. Ni está, ni se le espera. Y La Romareda se ha cansado de él, porque primero cayó en la intrascendencia y ahora en la mediocridad. En su cuarta temporada y tras dar su mejor nivel, se ha evaporado.
Pitada a los futbolistas
Llevaba varias semanas el zaragocismo con la mosca detrás de la oreja con Bermejo, incluso con alguna que otra pitada, tímida en todo caso. Se enfadó el pueblo cuando en el primer triple cambio no fue sustituido (y sí Valera), pero ya terminó de sentenciarle cuando fue cambiado en la segunda ventana. Ya no se libró de una pitada unánime. La afición ni entendió que fuese titular ni mucho menos que aguantase tanto en el césped. Resulta curioso: fue lo único que la gente le aplaudió a Escribá.
Quizá también el empeño en poner al madrileño fuese una demostración de posición de fuerza de Fran Escribá, un mensaje de que iba a morir con sus ideas, con sus jugadores y su sistema de juego improductivo a la par que desesperante. Una suerte de imposición que sólo hizo que la grada se alterase más y más hasta que no hubo vuelta atrás.
Y por último, el resto de futbolistas. Porque una crisis de este calibre tiene varios protagonistas y la grada también les dio su cuota de participación en el descalabro. Mientras los jugadores del Huesca celebraban con su afición el merecido triunfo, los futbolistas aguantaron el chaparrón de la grada y una pitada antológica cuando empezaron a marcharse hacia el túnel de vestuarios.
El zaragocismo no entiende cómo se ha podido caer tanto el equipo. Pero menos aún que los futbolistas no comprendan que se llevan once años con la misma historia de siempre, un año tras otro. Porque más allá de la crisis sin fin la afición le pidió a los futbolistas una pizca de amor propio, más carácter en las disputas y morir en el área contraria. Qué menos. Y eso, con Escribá o no a los mandos, será difícil de recuperar. Porque ahora mismo ni la grada está conectada ni los jugadores tampoco. Y en este caldo de cultivo maléfico los puntos que se van ya no vuelven y la segunda plaza queda ya como el sueño lejano de todos los años.
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