Con Julio Velázquez, el Real Zaragoza se hace con un entrenador temperamental, visceral y cuya principal obsesión es tenerlo todo controlado. El salmantino, de 42 años, afronta, seguramente, el desafío más importante de su carrera avalado por Juan Carlos Cordero. Ambos creen que la plantilla tiene más potencial y capacidad de lo que está mostrando.
Velázquez es un entrenador de vocación. Desde muy joven tuvo claro que acabaría siendo técnico profesional y a ello dedica infinidad de horas al día. Como futbolista no pasó de amateur, pero como entrenador derrocha celo profesional y considera al jugador el epicentro de todo y cada actuación se destina a su mejora y progresión.
Por eso, se adapta a cualquier plantilla y situación. Recela de los sistemas de cabecera y de imponer su dibujo sobre las características de un plantel al que pone a disposición su flexibilidad táctica. Precisamente, ese aspecto habría sido determinante para inclinar la balanza a su favor. Machín, el otro gran candidato, se caracteriza por una mayor rigidez en una pizarra en la que los tres centrales se escriben con mayúsculas, como dejó claro en sus experiencias en Sevilla y Girona.
Velázquez, pues, se adapta a lo que tiene, recurre a diferentes sistemas durante una temporada e incluso en un mismo partido y derrocha intensidad por los cuatro costados. De hecho, su alto grado de exigencia con el jugador no resulta fácil de tolerar para el futbolista en función de su perfil, con el consiguiente riesgo de problemas con el vestuario.
En el Zaragoza, sin embargo, su capacidad de liderazgo podría haber sido un factor determinante para Cordero ante la falta de ello en un vestuario sin un marcada fortaleza de carácter. Esa carencia la cubrirá, a partir de ahora, la vehemencia y jerarquía de Velázquez.
Cuentan los que más le conocen que el fuerte carácter del técnico le hace ser, incluso, cortante en su relación con el entorno. Porque Velázquez va de cara y no es de marear la perdiz. Directo y firme y rápido en la toma de decisiones, fue capaz de marcharse del Valladolid, el club de su vida, después de que no le ofrecieran seguir en un filial al que llevó al playoff de ascenso tras subir desde el juvenil. Velázquez, dolido, renunció a seguir en el División de Honor y prefirió quedarse sin entrenar.
Ese temperamento le llevó también a dimitir en el Poli Ejido por los problemas económicos del club o a llevar al Murcia al playoff cuando a comienzos de agosto apenas contaba con un par de fichas. O a cambiar de agente al considerar que se habían equivocado al llevarlo al Betis, donde no le fue bien.
Porque Velázquez, amante de la presión alta y la estrategia, quiere estar seguro de lo que hace y de lo que elige. Y siente respeto por el fracaso, sobre todo en España. Y ahora está convencido de poder sacar más jugo de una plantilla a la que considera capaz de dar más.