Bazdar y los chicos del coro. La contracrónica del Tenerife-Real Zaragoza

20 años tiene el niño, pero da la sensación de que lleva toda la vida en esto. Se llama Samed, de apellido Bazdar, y dejó su tarjeta de visita en Tenerife, donde difícilmente olvidarán la espigada figura de ese chico serbio que les amargó la fiesta con dos goles que no fueron tres por centímetros para liderar una remontada que parecía inviable.

El chaval era el jefe de una banda repleta de jovenzuelos descarados y atrevidos. Azón, de 21 años, y Pau Sans, que cumplirá 20 dentro de poco, acompañaron a Bazdar en la batalla para llevar al Zaragoza a una victoria en la que, por momentos, solo ellos parecían creer. Iván y Pau, los cambios de Víctor al descanso, levantaron a un equipo inerte hasta entonces y al que inyectaron en vena sangre, sudor y honor. De nuevo, cuando la crisis asoma, la cantera sale al rescate para tomar de la mano a su Zaragoza y ponerlo a salvo.

La crónica del Tenerife-Real Zaragoza (2-3). Salvados por la campana

La irreverente cuadrilla puso el descaro, el desparpajo y la valentía cuando otros, mucho más experimentados y llamados a dar un paso al frente, claudicaron. No es el caso de Lluís López, el director de esos chicos del coro que dieron un recital de orgullo en el Heliodoro. Sin ellos, el Zaragoza había sido superado de principio a fin en intensidad y energía. Con ellos, en cambio, llegó la rasmia necesaria y obligatoria cuando el rival, con uno menos durante una hora, te supera en pundonor.

Lo que pasó en Tenerife obliga a extraer lecturas y conclusiones. También a Víctor, al que los chicos sacaron de un buen lío después de que, como ya hiciera el Racing, el Tenerife también marcara un gol con uno menos.

El plan del partido cambió por completo dos veces antes del ecuador de la primera parte. El tempranero tanto canario alteró el guion inicial y la expulsión de Sergio le volvió a dar la vuelta poco después. Y en ningún caso anduvo fino el Zaragoza, preso de una insoportable candidez envuelta en parsimoniosos movimientos y menos intensidad que una canción de cuna.

El Zaragoza creció desde la osadía de unos críos que no superan los 21 años. Ya no había miedo

La inferioridad numérica del Tenerife imponía al Zaragoza circulaciones rápidas, dinamismo, movimiento constante y, a poder ser, doblar en banda con constantes dos contra uno que, sin embargo, nunca llegaron. Es lo que tienen los pies cambiados, las diagonales y demás historias. Liso, a esas alturas del partido, era más necesario que nunca. Y Luna o Pau seguramente también para tratar de buscar superioridad desde los costados. En cambio, el Zaragoza se perdía en enredos, centros inofensivos desde línea de tres cuartos y una incomprensión generalizada del juego. Desde el banquillo, la reacción llegaría en el descanso. Azón y Pau eran los elegidos. Podía valer.

A media hora del final salió Liso, el que faltaba. A partir de entonces, el Zaragoza creció desde la osadía de un puñado de críos. Primero fue Pau, con una diagonal efectiva y vertical (no inofensiva como la de otros) para que Bazdar marcara. Luego fue Iván, con un remate de ariete de los buenos. Y luego otra vez el serbio, al que el capitán entregó la gloria. Bazdar, Pau, Azón y Liso. Pura rasmia para un Zaragoza que, hasta que entraron ellos al campo, había derrochado pusilanimidad y miedo. No lo tiene un león.