La opinión de Sergio Pérez
El penalti de Keidi Bare y el alarmante derrumbamiento del Real Zaragoza
El Real Zaragoza jugó una muy buena primera parte. Se fue 2-0 al descanso. En la segunda se disolvió como un azucarillo y sufrió un golpe durísimo con la derrota

Keidi Bare se lamenta tras fallar un penalti con 2-1 en el marcador. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

En el plan original que Víctor Fernández imaginó en junio para el Real Zaragoza de la temporada 24-25 y sobre el que se construyó la plantilla durante todo el verano había varios ingredientes indispensables y de contratación obligada: juventud, hambre, velocidad, todo por hacer en el fútbol y ganas de comerse el mundo. El entrenador exigió un equipo que tuviera energía y que fuera capaz de jugar al fútbol a altas revoluciones y constancia física, que un buen destino solo se puede construir con jugadores de presente y de futuro y sin cargas del pasado.
El Real Zaragoza llegaba al partido frente al Oviedo inmerso en un mar de dudas, una crisis de profundidad, después de un balance pésimo de 4 puntos sumados de los últimos 18 (16 de 45 mirando más allá) que había generado una elevada incertidumbre en el grupo y en las decisiones del propio Fernández. La sucesión de empates y derrotas, muchas sin juego y alguna hasta sin espíritu competitivo, había hecho que el técnico se apartarse de su esencia futbolística buscando soluciones en lugares que no le pertenecen y apostando por algunos hombres en los que ni él mismo cree. Con los mejores de la plantilla, que el grano de la paja se separa fácilmente después de casi cuatro meses de competición, al Real Zaragoza puede que le dé o puede que no. Lo que es seguro es que con algunas piezas sería directamente imposible.
El sistema de tres centrales con el que Víctor ensayó en la Copa del Rey frente al Granada y al que dio continuidad en la Liga en La Coruña y Eibar, sin ninguna victoria en ninguno de los tres partidos aunque en Riazor la mereciera, pasó a mejor vida contra el Oviedo. El técnico recuperó su naturaleza, regresó al modelo de cuatro atrás (con Lluís López y Vital como centrales, lo mejor entre lo peor), Tasende volvió al lateral izquierdo y también naturalizó el puesto, juntó a Bare y Toni Moya en el medio con la escolta de Francho por la derecha (su verticalidad y su fuerza le hizo mucho bien al equipo) y Adu Ares por el izquierdo, a pierna cambiada, su lugar preferido. Arriba, dos balas y más juventud: Azón y Liso. El gran pagano fue Aketxe, el hombre sobre el que el preparador ha insistido hasta la saciedad sin que acabara de romper en la zona de tres cuartos.
Una formación mucho más lógica y consecuente con la idea original tanto para la manera de entender el juego de Fernández como para lo que el Real Zaragoza necesitaba en un momento de especial agobio futbolístico y anímico. El plan funcionó en una primera parte estupenda en la que el Oviedo de las rotaciones cayó noqueado y estuvo a merced de su rival.
El Real Zaragoza resucitó en el momento justo con su ADN a pleno rendimiento. Liso abrió la noche de fiesta con un disparo que Braat, vaya estreno para no olvidar, vio cómo se deslizaba mansamente entre sus piernas. Luego, Adu Ares culminó una combinación en pared, tuya, mía, entre Keidi Bare y Tasende con un disparo perfecto que confirmó su recuperación para la causa. Antes Francho había sembrado el miedo por su banda y el propio Adu podría haber celebrado un gol con anterioridad.
Sobre el modelo original y una estructura basada en los más jóvenes, la velocidad, la energía, la capacidad para llegar y el deseo de reivindicarse, el Real Zaragoza había vuelto en sí. Hasta que el reverso de esa moneda cayó a plomo sobre La Romareda y amargó la noche en la segunda mitad. La candidez, la ingenuidad, la falta de oficio para manejar una situación tan favorable castigaron con dureza al equipo y le dejaron sin tres puntos que al descanso parecían cercanos. Eso y el fallo en el lanzamiento de penalti de Keidi Bare, tirado con una inocencia increíble: flojo y al centro. Lo que empezó como un buen día para el equipo de Víctor Fernández, que parecía haberse reencontrado consigo mismo tras varias jornadas buscándose, terminó en una noche fatal, diluido como un azucarillo y sufriendo el golpe más duro y demoledor en mucho tiempo tras un derrumbamiento alarmante.
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