La opinión de Sergio Pérez

La bomba de Víctor Fernández y el terremoto en el Real Zaragoza

La manera de irse y el momento han tenido los efectos de una bomba en el Real Zaragoza. Un día los títulos convirtieron al técnico en leyenda. Hoy los resultados le han abandonado

Víctor Fernández, pensativo en su último partido en La Romareda ante el Oviedo.

Víctor Fernández, pensativo en su último partido en La Romareda ante el Oviedo. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Sergio Pérez

Sergio Pérez

Zaragoza

Hace casi 30 años, Víctor Fernández llevó al Real Zaragoza hasta su techo histórico, el cielo de París. En el Parque de los Príncipes, con la conquista de la Recopa, el entrenador aragonés alcanzó la gloria y la categoría de leyenda de la mano de un fútbol fabuloso, al mando de un grupo de jugadores extraordinarios, únicos e igual de míticos que él. La culminación de la obra llegó de la manera más impensada y asombrosa: una parábola mágica de Nayim.

A mitad de los 90, Fernández se convirtió en una leyenda del club y de la ciudad para siempre. Nunca lo dejará de ser. Lo consiguió de la manera más bella, con un juego espectacular, y por encima de todas las cosas gracias a los buenos resultados y a los títulos, que colocaron al Real Zaragoza en una dimensión impresionante y a él en el trono donde se sientan los reyes con corona.

Los mismos resultados que elevaron a Víctor hasta el Olimpo del zaragocismo son los que ahora le han dado la espalda y han acabado con su cuarta etapa en la entidad de una manera desagradable, con un punto surrealista e inconcebible, después de una rueda de prensa repleta de frustración tras la durísima derrota ante el Oviedo en la que anticipó lo que estaba por venir. Esta mañana, el entrenador ha presentado oficialmente su dimisión irrevocable, agotado anímicamente, preso de la impotencia, acorralado por las derrotas, por una incapacidad personal reconocida por él mismo para dar con las soluciones y cansado de llevar sobre su espalda toda la carga de responsabilidad pública de la SAD. De ser el escudo protector.

Víctor se va por la puerta de atrás y sin lograr los objetivos que se propuso. En la situación en la que está el equipo, con un triunfo en los últimos nueve partidos, la dimisión o destitución de cualquier técnico se entendería como normal. No es el caso de Fernández, con quien hay que ponderar decenas de matices y cuyo adiós generará una gran división de opiniones y numerosas adhesiones.

Estamos ante una figura histórica, un hombre curtido en el fútbol y profundo conocedor de todas sus claves, un entrenador extremadamente inteligente pero que ha reincidido en determinados errores en sus últimas etapas en el club, sobre los que es muy sorprendente que no haya reflexionado adecuadamente ni se haya corregido.

El pasado verano, el técnico fue pieza clave en la confección de la plantilla con el mayor límite salarial de la SAD en esta etapa en Segunda División: 11,7 millones de euros. De nada ha servido el crecimiento de la cifra de dinero disponible para el primer equipo ni la sensible mejoría de la salud financiera del club desde la llegada de la actual propiedad. Víctor se marcha frustrado y apelando a la Virgen del Pilar ante lo que pueda venir en el caso de percances en determinados jugadores. La tirantez ha presidido según qué relaciones profesionales del entrenador dentro de la entidad en este tiempo.

La manera de irse y el día elegido han tenido los efectos de una bomba en la SAD. La explosión le pilló a Jorge Mas en la ciudad, algo extraño. La salida de Fernández ha provocado un terremoto cuyas primeras ondas expansivas se están sintiendo ya. En el medio plazo habrá más consecuencias importantes. Gestionar el club y el equipo en adelante va a ser un reto mayúsculo ante semejante sacudida.

Igual que un día se convirtió in aeternum en una leyenda del Real Zaragoza por sus victorias y sus títulos, sus números y el estado del equipo hacen imposible ahora su defensa, aunque un adiós así de traumático acostumbra a producir heridas profundas. Viendo que no podía, Víctor ha elegido irse. Otro entrenador más que arde en esta pira imposible de sofocar.

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