La 20ª jornada de Segunda

Fuera caretas. La contracrónica del Real Zaragoza-Oviedo

El presidente fue testigo del estallido de una afición destrozada y maltratada. «Ya es hora de quitarnos la careta, el objetivo es el ascenso», dijo el director general hace cuatro meses.

Jorge Mas, en el centro, en el palco de La Romareda antes del partido ante el Oviedo.

Jorge Mas, en el centro, en el palco de La Romareda antes del partido ante el Oviedo. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Jorge Oto

Jorge Oto

Zaragoza

Y La Romareda estalló. Bastante ha aguantado ya. Nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a pedirle nada que no sea perdón. Por la acumulación de oprobios e ignominias. Por la cantidad de afrentas y deshonras. Por tantos disgustos mayúsculos, promesas incumplidas y sueños convertidos en pesadillas. Y dicen que está fría y que no anima. Ante el Oviedo no hizo otra cosa hasta que no pudo más. Su equipo le había abandonado de nuevo. No lo merecía. 

Y La Romareda estalló. Contra todo y contra todos. Eso sí, dirigió su cólera principalmente hacia los futbolistas. A Liso lo despidió con pitos por haber pecado de excesivo individualismo en un par de jugadas. «Échale huevos», le gritaron desde la grada de animación. Pero la gran pitada se la llevó Keidi Bare, que pasará a la historia por tirar el peor penalti posible en el peor momento posible. No está el Real Zaragoza para andarse con tontadas de ese calibre en un partido tan trascendente. O sí, porque el desbarajuste que se armó para saber quién narices tiraba la pena máxima fue de aúpa. Ahí, Víctor y el resto del cuerpo técnico sí son los máximos responsables. Eso sí, la forma que eligió el albanés para hacer el ridículo le perseguirá durante mucho tiempo.

Pero el abucheo fue para todos. O casi. Se salvó Adu Ares, cuya evolución es evidente. También Luna, todo orgullo, pero, sobre todo, se salvó Francho, que firmó un partido descomunal para nada. Tampoco él se merece lo de anoche. 

Y La Romareda estalló. Hubo gritos, pocos, hacia el presidente, de cuerpo presente en un palco en el que falta zaragocismo por los cuatro costados. Hubo quien cargó contra Víctor, cuyo rostro y el de su segundo eran un poema a falta de 12 minutos como si supieran lo que estaba por venir. El técnico, al que ayer Calleja le dio un revolcón tras el descanso, tampoco se libra. Porque nadie puede salir indemne de una racha tan nefasta. Siete partidos de Liga y uno de Copa sin vencer lleva ya el Zaragoza, que no le gana a nadie. Y que se pasa la vida pegándose tiros en el pie y en el resto de un cuerpo maltrecho.

Algo hay que hacer. Porque la solución a todos los males del Zaragoza no se vende en un mercado al que se señala continuamente como el remedio por venir pero que da para lo que da. Y, en ese escenario, también la figura de Cordero acapara luz en los focos que señalan a los responsables de este drama.

«Ya es hora de quitarnos la careta, el objetivo es el ascenso», dijo el director general, Fernando López, justo antes de empezar la temporada cuando apenas llevaba unas semanas en el cargo y en Zaragoza. Razón tenía en una cosa: ya es hora de dar la cara de una vez, dejar de mirar al de al lado para esquivar responsabilidades, desterrar la condescendencia con los jefes y barrer de una vez tanta porquería acumulada en las esquinas. En el Real Zaragoza no funciona nada. Desde arriba hasta abajo. Los que mandan las ponen, sí, pero en el campo todo es un desastre. Los jugadores no ganan, los médicos no curan, las recuperaciones se alargan, el cuerpo técnico, cada vez menos unido, no cumple y el mensaje se pierde. 

Así que toca decidir, que para eso cobran los que deben hacerlo. Hacia un lado u otro. Con despidos o apuestas firmes y decididas. Con acciones, actuaciones y sin silencios, oscurantismo y hermetismo. Transparencia y hablar claro de una vez a un zaragocismo roto. Así no se puede seguir. El golpe es tremendo. Cuando La Romareda dicta sentencia, la inacción no es una opción.

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