Real Zaragoza
Las causas de la involución del Zaragoza. Víctor se cae con todo el equipo
El técnico no ha fracasado por no haber buscado soluciones a la involución física y emocional del Zaragoza, sino por el desquiciamiento por no haberlas encontrado

Keidi Bare ejecuta el penalti fallado el martes ante el Oviedo. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

«Lo he intentado, lo he intentado todo de todas las formas, con todo lo que un entrenador puede aportar a un equipo. No hay nada más que decir, es que es así». Las desgarradoras palabras de Víctor Fernández en la rueda de prensa posterior a la trágica derrota ante el Oviedo advertían de la impotencia de un técnico que no puede más. El Real Zaragoza contemporáneo impone, más allá de valentía, orgullo y galones, un nivel excesivamente alto de energía para soportar el alto grado de exigencia que provoca un club que exprime mucho. Demasiado.
Seguramente, otro entrenador se hubiese rendido antes, pero la experiencia de Víctor le permitió resistir algo más y, del mismo modo, su jerarquía y su mayúscula figura permitieron que, desde el club, se le aguantaran cosas que a otros jamás se le hubiesen consentido. Víctor es mucho Víctor.
Pero un entrenador de su envergadura no se expone tanto en público si no está desesperado. Y él lo estaba. Porque, cierto es, no ha dejado de intentarlo. Víctor lo ha probado todo y no ha conseguido nada más allá que mejorías efímeras de un equipo preso de males similares a los que le habían condenado en el pasado reciente.
Carece el Zaragoza de líderes en el campo. Todo son buenas palabras hacia un vestuario repleto de buena gente pero sin referencias. Y Víctor, consciente de ello, le entregó la capitanía a Lluís y exigió a Keidi entre ellos. Dos jugadores con personalidad y experiencia para tirar del carro. El albanés, sin embargo, falló en el peor momento y cuando más lo necesitaba su entrenador. Ese penalti y la forma elegida para ejecutarlo no son propias de un futbolista de su envergadura y, sobre todo, en un momento de tanta trascendencia.
Se ha caído el Zaragoza con todo el equipo. Pero, sobre todo, física y anímicamente. Una cosa, seguramente, conlleva la otra. Casi todos jugadores están peor que estaban. Azón es un claro ejemplo. o Liso. Ambos, mucho más lentos que hace escasas semanas. Será el pico de forma, molestias, una preparación deficiente o una mala planificación, pero muy pocos futbolistas (acaso Adu Ares o el incombustible Francho) han evolucionado en este aspecto. Incluso Luna, un portento, ha rebajado algo sus prestaciones físicas en los últimos partidos.
Y el equipo, entonces, no llega bien el tramo final de los duelos, cuando se decide todo. Encorrido por el Oviedo y por tantos otros, al Zaragoza le cuesta tanto acabar los partidos como a Víctor encontrar los cambios adecuados para ello. Quizá por eso demoraba en exceso permutas evidentes de jugadores, dibujo o ambas cosas.
Tanto esa fragilidad física como su inconsistencia anímica han reducido tanto al Zaragoza como la falta de puntales básicos castigados por las lesiones. Soberón, Keidi, Bazdar, Aketxe.... todos han caído y los dos delanteros siguen fuera, lo que ha contribuido decisivamente al desquiciamiento de un entrenador que concede una relevancia especial a sus puntas.
Probó Víctor con los tres centrales, con el rombo y con multitud de sistemas en busca de una mejor explotación de los recursos disponibles, pero por el camino fue cayendo en despropósitos como un cambio de portero que no venía a cuento o la insistencia en colocar a un diestro como carrilero izquierdo en un sistema con tres centrales. Decisiones difíciles de asociar a un técnico que cuando llegó aseguró que, con él, Francés nunca jugaría de lateral zurdo.
A lo largo de su carrera, Víctor ha destacado por ser un extraordinario detector de talento y por una incesante búsqueda de soluciones. Pero esta vez no ha sido suficiente. Se quedó sin energía, sin balas y sin fe. Ya no creía ni en sí mismo.
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