REAL ZARAGOZA

La leyenda de Juan Manuel Villa: "Los Magníficos aquí no pagan, están ustedes invitados"

Juan Manuel Villa se prestaba siempre a recordar con precisión y gracia su época de futbolista, como en 2018 cuando se citó con Canario para hablar de su amigo Carlos Lapetra en un céntrico bar de Zaragoza. Ambos se tomaron un gin tonic y fueron invitados por dos camareros zaragocistas rendidos a la presencia de dos Magníficos.

Canario y Villa, con una imagen de Carlos Lapetra, en noviembre de 2018.

Canario y Villa, con una imagen de Carlos Lapetra, en noviembre de 2018. / JAIME GALINDO

Zaragoza

La excusa era hablar de Carlos Lapetra cincuenta años después de su último partido y Juan Manuel Villa y Canario accedieron sin pensárselo. Es más, fue el propio Villa quien organizó el encuentro con su amigo y compañero en un céntrico bar de Zaragoza. Serían las siete de la tarde de un día gris de noviembre de 2018 y ellos, ya dos veteranos de 80 y 84 años, se pidieron un gin tonic para charlar de su amigo, de su hermano Carlos, de su época y del fútbol actual de una manera tan apasionada que solo había que dejar ahí la grabadora y sentarse a disfrutar del momento.

Villa recordaba con toda nitidez su magnífica, nunca mejor dicho, longeva y prolífica relación con el genio aragonés, al que conoció ya en Madrid, que le convenció para fichar por el Real Zaragoza («Él me llamó, ‘Juan, vente que verás qué bien aquí’», rememoraba) y con el que compartió horas y horas en viajes, entrenamientos, partidos, hoteles, tanto con el equipo aragonés como con la selección nacional. «Cuando vine dormí más noches con Carlos que con mi mujer», recordaba siempre este sevillano elegante y trajeado.

Daba gusto escuchar a Juan Manuel Villa, aquella o cualquiera de las otras veces que se le llamaba para hablar de aquel equipo mítico, de otro fútbol, de otro Zaragoza, de otra época. «Un partido contra el Valladolid ganamos 6-1 y acabó con pañolada porque habíamos metido cinco en el primer tiempo y en el segundo solo uno. Se cabrearon muchísimo», recordaba. Villa desgranaba historias y anécdotas una detrás de otra y no costaba nada imaginárselo en esas situaciones que relataba con precisión y gracia.

Un tipo con una personalidad arrolladora, tanta como para renunciar a jugar un Mundial, nada menos, el de 1966. «Estuvimos concentrados un mes en Santiago, y luego había que estar otro mes en Inglaterra. El seleccionador debía hacer tres descartes. Yo estaba hasta arriba de concentraciones. Conocía a Villalonga porque lo había tenido en el Real Madrid de joven. Así que me fui a hablar con él y le dije, ‘ya no tiene que descartar a tres, solo a dos. No quiero ir al Mundial, estoy hasta aquí (se señalaba la cabeza) de concentraciones’. Habíamos ganado la final de Copa, habíamos jugado la final de la Copa de Ferias, y yo lo único que quería era irme con mi mujer y mis hijos a la playa, de vacaciones. Y Carlos me decía, ‘tú bien, eh, ahora me dejas aquí solo’. Y le decía, pues díselo tú también. ‘Es que tienes unos huevos…’ Es que no me interesaba para nada», rememoraba como si en aquel momento volviera a estar realmente harto de las concentraciones.

Después de hora y media larga de una deliciosa e impagable conversación hablando de fútbol, fútbol y más fútbol, de no dejar títere con cabeza sobre el actual («es una mierda», repetía Villa con vehemencia), el ‘10’ del equipo más mítico de la historia del club se dirigió a la barra a abonar las consumiciones. No pudo. El camarero, que rondaría los cuarenta años, se negó en redondo. Cómo iba a cobrarles nada a dos Magníficos.

No solo estaban más que invitados, sino que había avisado a otro compañero, al menos tan zaragocista como él, para que adelantara su turno y se presentara allí en el bar para verlos, para contemplar en primera persona a Villa y Canario, a dos Magníficos, a la historia viva del Real Zaragoza, la transmitida de generación en generación. Todo eso, 54 años después de que levantaran los primeros títulos, 47 años después de que Villa disputara su último partido con la camiseta blanquilla, sin haberles visto jugar ni un segundo ninguno de los dos. Pero con una admiración rayando la veneración. No hace falta haber visto a Los Magníficos para comprender su mito y su leyenda. Juan Manuel Villa, como todos sus compañeros, ya era eterno mucho antes de morir. 

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