La opinión de Sergio Pérez
Aketxe, Keidi, Vital, Adu y el hundimiento de la plantilla del Real Zaragoza
El equipo tiene activos importantes en ataque, pero un agujero enorme en el centro de la defensa y en el medio por errores del verano o bajo rendimiento

Keidi Bare salta a La Romareda a calentar en el partido ante el Tenerife seguido de Lluís López y Vital. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA
No hay que olvidar un detalle que parece lejano en el tiempo pero que hay que traer a la actualidad para entender y contextualizar este momento tan extraño e insólito que vive el Real Zaragoza. Hace ya más de un mes, el 18 de diciembre, Víctor Fernández presentó la dimisión irrevocable después de perder contra el Oviedo (2-3) tras desperdiciar una renta de dos goles a favor y ver al equipo derrumbarse delante de sus ojos de manera inverosímil.
Literalmente, el entrenador aragonés salió por piernas sin dar ninguna opción al club de reconducir su decisión. El fondo y la forma de lo que sucedió dan una idea de cómo veía Víctor Fernández el percal y de las grandes dificultades que imaginaba en el horizonte para la segunda vuelta de la Liga. Su adiós, además, no fue un adiós cualquiera. Hablamos del entrenador más exitoso de la historia del club, aunque sus triunfos daten de décadas atrás. Irremediablemente, la herida de su marcha iba a ser más profunda.
De aquel día hasta hoy ha habido un parón muy largo por las vacaciones de Navidad y dos partidos, los dos al cargo de Miguel Ángel Ramírez, el nuevo capitán de esta nave que no encuentra el rumbo adecuado. En el primero, el Real Zaragoza perdió en Elche con un planteamiento muy conservador, con un buen resultado a nivel defensivo y táctico pero nulo desde el punto de vista ofensivo.
En el segundo, en La Romareda, el equipo consiguió igualar un 0-2 en contra frente al Tenerife, el colista y que no ha ganado fuera esta temporada, y evitó una catástrofe de dimensiones históricas. Ramírez usó la misma base de tres centrales y la línea de cinco aunque la disposición de las piezas de medio campo en adelante varió, con alguna posición chocante. El Zaragoza se encontró con un marcador en contra sin prácticamente haber generado nada en ataque.
Fue entonces cuando La Romareda estalló contra todo y contra todos. Pidió la dimisión de la directiva, la marcha de Ramírez en su debut en casa e ironizó con el entrenador: “Queremos otro defensa”, le gritó la grada ante la insistencia de mantener la línea de cinco incluso con el 0-2. La bomba estalló en La Romareda de una manera insólita. Lo vivido tiene alcance histórico y se recordará durante décadas: la afición reclamando la salida de su entrenador el día de su estreno como local.
Este hecho tan llamativo refleja el enorme hartazgo del zaragocismo por los doce años consecutivos del club en Segunda, también con la actual propiedad, es una señal de que la afición empieza a intuir que esta temporada ha empezado a torcerse casi definitivamente y la confirmación de que este estadio nunca ha tolerado bien los planteamientos rácanos.
Este estado de frustración, crispación, enojo, indignación, desengaño, de todo un poco, es la consecuencia de los problemas deportivos y clasificatorios del Real Zaragoza en una campaña en la que el objetivo, declarado abiertamente por los principales ejecutivos del club, era y sigue siendo el ascenso, que tiempo hay todavía. Con el paso de los meses, el hundimiento de la plantilla ha sido tremendo a pesar de que está construida sobre un límite salarial importante de 11,7 millones de euros, más que suficiente para pelear por las seis primeras plazas.
Ha habido un problema doble: de desacierto otra vez y de bajo rendimiento. El centro de la defensa es un agujero de enormes dimensiones (el rol capital de Lluís López es el perfecto resumen de cómo de equivocado se ha estado), el papel de jugadores fichados a golpe de talonario como Aketxe o Keidi Bare es bajísimo, apuestas como Adu Ares o Marí están saliendo mal y prácticamente nadie está siendo consistente y regular. Víctor Fernández, que había participado activamente en la confección de la plantilla junto a Juan Carlos Cordero y el consejero Mariano Aguilar, se marchó por todo ello, desencantado y superado futbolística y anímicamente por la situación.
El equipo tiene activos importantes en ataque. Sin embargo, el boquete de atrás y del medio del campo y la personalidad frágil del grupo están siendo hándicaps insalvables hasta ahora. Entrenar y jugar en este Zaragoza contemporáneo es más difícil que en cualquier otra plaza de Segunda. Aquí la tierra se traga enseguida al que flaquea.
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