La 26ª jornada de Segunda
La santísima trinidad. La contracrónica del Albacete-Real Zaragoza
El Zaragoza es un drama, como lo fue su indecente segunda parte, la insoportable obstinación de Ramírez en los tres centrales y un mercado en el que se cometió un error tan grave como el de Poussin

Vital arenga a sus compañeros tras uno de los dos goles del Albacete. / CARLOS GIL-ROIG

Un partido de cinco ha ganado Ramírez, que, a este paso, pasará a la historia como aquel entrenador moderno que se empeñó en reinventarlo todo. Sobre todo, a un equipo que el canario concibe sobre defensas sin defensa. Todo lo que rodea al Real Zaragoza es un drama. Lo fue el gol surrealista marcado a un portero que no sale nunca y que, para una vez que se aparta un par de metros del larguero, lo hace a destiempo y cuando no toca. Es un drama una retaguardia plagada de centrales a la que el entrenador se entrega como si fuera la santísima trinidad y de la que no reniega ni siquiera con dos goles de desventaja. Sí lo hizo en su estreno en La Romareda exigido por un zaragocismo que ya pidió su cabeza nada más conocerlo y el equipo, curiosamente, marcó dos goles en un minuto. Esta vez, como se jugaba en Albacete, ni hablar. En la Mancha, los molinos, ya se sabe, se confunden con gigantes.
Es un drama el Zaragoza, capaz de bailar a su rival en la primera parte y al que un gol en contra le transforma en algo insoportable, carente de personalidad, carácter y, sobre todo, liderazgo. Eso sí, con tres centrales siempre. O cuatro incluso, para decir luego que el dibujo se combinaba con la línea de cuatro en función de Arriaga o de no sé qué. Centrales por doquier. No vaya a ser que el equipo se descomponga, aunque sea la afición la que sufra una descomposición aguda ante semejante obstinación, que no insistencia.
Es un drama todo. Como lo fue un mercado de invierno que nunca puede ser positivo, nota que se dio Cordero, cuando se admite que se ha fallado en lo principal. Todo gira sobre esa defensa que Ramírez se empeña en poblar de jugadores, pero no de talento, cuya ausencia se debía solventar en enero, pero no vino nadie y, por segundo año seguido, se tapó el garrafal error con el retorno de un hijo pródigo, que no es central, para mitigar el impacto y el sofocón.
Es un drama la tabla, que manda a freír espárragos a un Zaragoza tan mediocre y menor como casi siempre. O más. La distancia con la parte alta es sideral, pero la que separa al zaragocismo de su equipo es mucho mayor. Porque a este Zaragoza, con defensas pero sin defensa, no lo reconoce ni la madre que lo parió. Lo de la horrorosa camiseta verde no es casualidad, no. Le va como anillo al dedo.
Es un drama el mensaje, el discurso y las ruedas de molino. Para echarse a llorar la acumulación de errores groseros de algunos futbolistas que llevan el escudo en la espalda y no en el pecho. «Al Real Zaragoza se viene a jugar al fútbol», dijo Cristian en su magistral despedida del fútbol en activo mientras sus compañeros, el cuerpo técnico y el club (los que viven aquí, se entiende, que Madrid y Miami están lejos) atendían con la boca abierta.
Dieciséis partidos quedan. Un mundo. 48 puntos en juego. 16 le restan al Zaragoza para salvarse, que ya parece ser el único objetivo realista. La temporada, sin medias tintas, es un desastre hasta ahora. Otro más. Y camino lleva de ser ese fracaso admitido desde el club si no se asciende. Dramático.
Un triunfo de cinco. Cinco puntos sobre 15. Tiros en el pie, reincidencias y excusas. El Zaragoza casi nunca gana, esa es la realidad. A este paso, habrá que ponerse a rezar otra vez. A la santísima trinidad, por ejemplo.
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