Real Zaragoza
El gran fracaso del Real Zaragoza
El Zaragoza está más cerca que nunca de un descenso catastrófico cuando más alto apuntó el club, que se fijó el ascenso como único objetivo. Ningún estamento de la entidad escapa de un fiasco histórico

El director general Fernando López, Miguel Ángel Ramírez y el director deportivo Juan Carlos Cordero, en la presentación del técnico. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

El desastre tiene nombres y apellidos. Varios, porque la vergonzosa temporada del Real Zaragoza señala a diversos culpables del que ya es, seguramente, uno de los mayores fracasos en la historia del club. Porque, a apenas doce jornadas para la conclusión de la temporada, el Zaragoza está más cerca que nunca del descenso (jamás había estado a solo dos puntos del abismo a estas alturas de la competición) cuando más alto había apuntado después de que desde el propio club se fijara el ascenso a Primera como único objetivo con aquella frase lapidaria pronunciada a principios de septiembre por el director general Fernando López: “Es hora de quitarnos las caretas, el único objetivo es el ascenso”, dijo.
Pero aquella meta se esfumó hace tiempo, si bien en el seno de la entidad todavía había alguno que la pasada semana se atrevía a hablar (incluso en público) de playoff , a pesar de los 14 puntos que separan al equipo aragonés del sexto clasificado. Una distancia tan enorme como la abierta entre el club, el equipo y su gente, sometida a un ultraje que pasará a la historia.
Porque el fracaso es mayúsculo, mayor incluso que el del curso pasado, cuando tampoco sirvió de nada el salto cuantitativo en el límite salarial gracias a una aportación de la propiedad que ya supera los 50 millones de euros. Atrás quedaba aquel mantra que relacionaba estrechamente el caudal económico con la falta de éxito deportivo y que vuelve a quedar profundamente cuestionado este curso, en el que el Zaragoza luce el séptimo mayor músculo financiero de la categoría y, sin embargo, ocupa la peor posición clasificatoria (18º) a estas alturas en Segunda, mientras Mirandés y Huesca, que poseen los presupuestos más bajos, están arriba del todo peleando por el ascenso directo.
El daño es colosal. El Real Zaragoza deambula como un alma en pena por los bajos fondos de una categoría en la que se ha perpetuado. Y gracias. Porque seguir en el infierno ya se ha convertido en ese oscuro objeto de deseo para todos. Si lo consigue y el Tenerife sella su descenso a Primera RFEF, el club aragonés ostentará el dudoso honor de ser el más veterano en Segunda con trece campañas consecutivas ahí abajo. Solo en tres de ellas luchó por subir tras acceder al playoff aunque únciamente en una llegó a la segunda y decisiva eliminatoria de la promoción.
El martirio, lejos de remitir, se acentúa. El Zaragoza está más cerca que nunca del abismo cuando más pregonó a los cuatro vientos una fortaleza que, se suponía, le iba a colocar, al fin, en la gloria. No hay cielo para este club al que se le llena la boca hablando de proyectos que no existen. Como el que sitúa a la cantera como uno de sus pilares básicos mientras se pierde patrimonio a manos llenas, se debilita al filial y se disfraza la protección a la cantera con vetos y medidas drásticas.

Mariano Aguilar, en primer término junto al consejero Juan Forcén en una junta de accionistas. / ÁNGEL DE CASTRO
La responsabilidad de semejante fiasco es compartida. Desde Mariano Aguilar, representante de la propiedad y consejero encargado del área deportiva, pasando por la promesa incumplida y los mensajes ambiguos del director general Fernando López hasta llegar a la dirección deportiva de Juan Carlos Cordero, tan errático en la elección de entrenadores como en la gestión de un mercado invernal que se recordará durante años por la incapacidad para reforzar el centro de la defensa.
El fracaso alcanza de lleno a Miguel Ángel Ramírez, un entrenador al que se le otorgó plenos poderes incluso para señalar, cuestionar y emitir un diagnóstico envuelto en atrevimiento acerca de los males de un Zaragoza al que nadie más que él (una victoria en nueve partidos y 7 puntos sobre 27 posibles) ha situado al borde de la muerte por mucho que ahora cargue contra una plantilla, también culpable, a la que acusa de no sentir el escudo que lleva en el pecho.
Y, ante tamaña acumulación de ejecutores, al Zaragoza se le acaba la vida casi al mismo ritmo que la paciencia a La Romareda, que, envuelta en sudores fríos, exige cabezas y autocrítica, pero, sobre todo, dignidad y orgullo para salir de esta.
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