Real Zaragoza

El surrealista adiós del técnico al Real Zaragoza: Ramírez no da la cara

El canario empezó yéndose a vivir a un pueblo de Huesca a más de una hora de Zaragoza y ha acabado con el ya exentrenador escondiéndose de las cámaras

Ramírez, encapuchado, antes de subirse al autobús en el aeropuerto de Zaragoza

Ramírez, encapuchado, antes de subirse al autobús en el aeropuerto de Zaragoza / Miguel Ángel Gracia

Zaragoza

Miguel Ángel Ramírez llegó al Real Zaragoza con aires de grandeza y se fue encapuchado por la puerta de atrás. No hay mejor resumen de lo que ha sido su paso por la capital aragonesa. Bueno, por Zaragoza y por sus alrededores, porque el ya exentrenador del equipo, en una de sus múltiples rarezas, había elegido vivir en un pequeño pueblo de Huesca, a más de una hora en carretera de su puesto de trabajo y que tenía que recorrer a diario, para aislarse de todo.

Que la prensa y el ruido mediático no le gustaban lo manifestó desde el primer día, cuando sus declaraciones fueron muy aplaudidas a pesar de no haber demostrado todavía nada, algo que a la postre nunca logró. Desde el primer momento apuntó con bala a todo lo que pensaba que tenía que transformar el Real Zaragoza para salir del agujero en el que lleva metido años y que ahora amenaza con hacerse más profundo debido, en parte, a su catastrófico desempeño de los últimos meses.

Ramírez, en varias de las cosas que dijo, tenía razón y seguro que sus intenciones, como la de modernizar al club, eran buenas. Pero no lo han sido así sus formas, que solo se podrían haber sostenido si las victorias sobre el césped hubieran llegado a puñados. De su trato, precisamente, no hablan precisamente bien los que han tenido que convivir día a día con él en la Ciudad Deportiva.

No ha estado nada fino el técnico en su paso por Zaragoza, ni en lo futbolístico ni en lo extradeportivo, pero al menos mostró una valentía que, sin embargo, perdió por completo cuando las cosas se pusieron realmente mal. Cuando La Romareda ya no lo soportaba y se cantaba contra su figura, Ramírez no se atrevió a seguir dirigiendo con normalidad los partidos y se refugiaba bajo el banquillo e incluso hubo algún partido en el que no salió de él en toda una parte. 

Pero eso no era nada para lo que vendría después de que la derrota en Almería supusiera un adiós que estaba cantado. Cuando la expedición zaragocista aterrizó en el aeropuerto el centenar de aficionados que fue hasta allí a mostrar su descontento con el equipo se quedó con las ganas de verlo. Porque Ramírez se escondió tras una capucha y trató de camuflarse entre el resto de integrantes para no ser reconocido y que los cánticos en su contra no fueran todavía a más cuando lo reconocieran.

Parecía un final acorde a lo que había sido su etapa en la capital aragonesa, pero todavía faltaba el epílogo. Después de que el club le comunicara el domingo oficialmente su despido, el canario se empeñó en evitar a toda costa que las cámaras captaran el momento en el que salía de la Ciudad Deportiva. Para ello trazó un ejercicio de escapismo por el que, como por arte de magia, pasó del asiento del conductor de su vehículo para desaparecer de la escena mientras su vehículo, conducido por otra persona, abandonaba la que había sido su casa. Surrealista y esperpéntico. Como su paso por el Real Zaragoza. Del que, por cierto, y como sucedió con Velázquez, todavía no se ha despedido.

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