La 32ª jornada de Segunda

Romareda, con 'R' de rasmia. La contracrónica del Real Zaragoza-Córdoba

El zaragocismo, ya envuelto en el traje de salvamento, realiza el primer rescate a un equipo al que insufló sangre y fe cuando la vida se le iba. «Ahora más que nunca, Real Zaragoza», cantó mientras tiraba de desfibrilador

Albarrán sujeta a Vital en la jugada que provocó el penalti que señaló Ávalos Barrera.

Albarrán sujeta a Vital en la jugada que provocó el penalti que señaló Ávalos Barrera. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Jorge Oto

Jorge Oto

Zaragoza

El estruendo fue bestial. La Romareda cantó el gol de Soberón como si de ese tanto dependiera su vida. Quizá sea así. El grito fue estremecedor, casi tanto como el silencio que se apoderó de todo el estadio cuando el valiente delantero zaragocista puso el balón en el punto de penalti. Apenas fueron unos segundos pero el impacto fue mayúsculo. Tensión, nervios y agonía pura. Callar primero para explotar de júbilo después. El silencio como elemento cómplice para no quebrar la concentración del ejecutor. La Romareda en estado puro. Zaragocismo en vena. En cuerpo y alma.

El gol lo marcó Soberón, pero en el acta debería reflejarse que fue de La Romareda, que ya luce ese traje de rescate que lleva sacando del armario durante demasiados años consecutivos. Es lo que hay. Peligra la existencia de ese ser querido que le da la vida. Y que se la quita. Sabe el zaragocismo que vuelve a ser su hora y que, sin su ayuda, será imposible que sobreviva. «Ahora más que nunca, Real Zaragoza», entonó la afición cuando el Córdoba hurgó en la herida. Ni reproches, ni silbidos, ni medias tintas. Amor incondicional. Contaba con ello Gabi, al que tantas veces aplaudió la afición. Sabía el nuevo técnico zaragocista que La Romareda marcaría como lo hizo. Y, seguramente, también que dejar la portería a cero iba a ser prácticamente imposible. Acertó en ambas cosas. El miedo, ese que envolvió al equipo de principio a fin, jugó en contra. La rasmia, en transfusión en vena desde la grada al campo, igualó la contienda.

Encoge el corazón La Romareda. Casi tanto como la situación extremadamente delicada de un Zaragoza frágil e inestable que parece inferior a todos los equipos a los que se enfrenta. Y lo peor es que tal vez lo es. En fútbol, el Córdoba también fue superior a un conjunto aragonés que adolece de muchas cosas y que, al contrario de sus rivales directos en la pelea por la supervivencia, se ha olvidado de ganar.

Por eso, porque el peligro es mayúsculo, La Romareda, donde se jugarán cinco partidos más de aquí al final (15 puntos) acudirá fiel a la llamada del amor. Y del miedo. Porque este Zaragoza que solo funciona a arreones y al que se le atragantan hasta los pases a metro y medio, asusta. 

Bien lo sabe Gabi, esforzado en transmitir toda la seguridad, confianza y optimismo que el equipo no emite. Todo el partido se pasó fuera del banquillo el entrenador, consciente, seguramente, de que sus jugadores necesitan no perder de vista a su líder ni un instante. Como el pequeño que al entrar al cole exige a su madre que se quede en la puerta hasta que salga. Gabi es, ahora mismo, el lugar seguro, casi tanto como La Romareda, a la que tanto maltrato no ha hecho sino hacerle más fuerte. Su rugido es el arma más poderosa que posee un Zaragoza que acude a los duelos demacrado. 

La Romareda se escribe y se lee con ‘R’ fuerte al principio. Como ruido. Como raza. Como Real. Como rasmia. Si hay que tener fe, que sea en ella, que nunca falla. Tampoco la Virgen del Pilar, por cierto, a la que convendría invocar en masa dada la dimensión del problema. Gabi, que conoce bien a ambas, se entrega a ellas hasta el final. A sus jugadores, también, pero quizás porque no le queda otra. 

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