La 33ª jornada de Segunda
El Zaragoza se vuela los sesos. La crónica del Racing-Real Zaragoza (2-0)
Suicidio colectivo de un equipo aragonés al que errores indignos le abocan a jugar una hora con diez y a regalar dos goles. La primera derrota de Gabi deja el descenso a un solo punto

El mal está tan extendido que amenaza con ser incurable. Ni Gabi ni nadie en su osado juicio parece capaz de dejar con vida a un Real Zaragoza empeñado en volarse los sesos y marcharse de cabeza al infierno. El macabro ritual se repite cada semana a base de tiros en el pie que provocan una gangrena que acaba con todo. A este paso, también con la esperanza. En Santander también hubo sangre, la derramada por un equipo aragonés cuyos errores defensivos son indignos de profesionales. El peor fue de Calero, que puso el revólver en la cabeza a los suyos con una expulsión quizá rigurosa pero seguro que innecesaria que abocó al Zaragoza a jugar con uno menos durante una hora.
El obsceno desfile de disparates tuvo continuidad con Tasende, un desastre en la marca de los centros laterales y un especialista en despistes. Este dejó al Zaragoza herido de muerte. Jair lo remató con el tercer episodio dantesco de la crónica de una muerte anunciada regalando la sentencia a un Racing que ganó porque así lo quiso su oponente, que, tras la primera derrota de Gabi, se queda a un solo punto de unos puestos de descenso a los que parece encaminado más pronto que tarde.
Sustentado sobre el 4-4-2 al que ya recurrió en su estreno ante el Córdoba, el técnico zaragocista diseñó un plan de partido presidido por la contención, la solidez, la escasa distancia entre líneas y las transiciones como vía de escape. El balón, como estaba cantado, era propiedad casi exclusiva del Racing, que dominó los primeros compases de la contienda.
Aldasoro enseñó el colmillo con una internada peligrosa que solventó Poussin sin excesivos apuros antes de que Francho controlara mal un gran envío de Guti que le dejaba solo ante Ezkieta. El Zaragoza sufría. Nada fuera del guion, aunque, seguramente, no tanto como pensaba.
Después de que la vaselina de Iñigo Vicente, tras la enésima pérdida de Toni Moya, se fuera desviada , el Zaragoza encontró cierta calma. Superado el ímpetu inicial de los cántabros, el conjunto aragonés se fue acomodando en el encuentro y Francho, con una volea tras un saque de esquina botado por Tasende, solo encontró el córner apenas un par de minutos antes de la jugada clave del duelo. Calero, casi recién amonestado, cometía una nueva torpeza en una temporada aciaga del madrileño al sujetar a Castro para impedir que alcanzara un envío de Aldasoro. Seguramente, el agarrón no fue tan notorio como para castigarlo con penalti, pero se la jugó Calero, como se jugó la expulsión el lunes ante el Córdoba, al poner a prueba la gallardía del colegiado. Entonce se salió con la suya. Esta vez, en cambio, metió la pata hasta el fondo. Penalti, expulsión y una hora por delante con un jugador menos para un Zaragoza al que, como casi siempre, se le volvió todo negro.
Pero Poussin, experto en los once metros, adivinó la intención de Andrés y detuvo la pena máxima para dar esperanzas a un Zaragoza al que Gabi recompuso con la entrada de Luna para suplir la vacante en el lateral diestro sacrificando a Dani Gómez. Otra intervención del meta francés a un cabezazo liviano de Michelin mandó a ambos equipos a la caseta. La segunda parte se presentaba tan larga como compleja.
Pero Tasende se encargó de rebajar el sufrimiento. Un saque de esquina en corto derivó en una asistencia marca de la casa de Iñigo Vicente a Pablo que, ante la nula vigilancia del lateral zaragocista, cabeceó a la red para echar por tierra todo lo acordado en el vestuario, donde se habían quedado Soberón y Arriaga para ceder su puesto a Liso y Bazdar en una inteligente maniobra de Gabi.
El partido se ponía en japonés, pero el Zaragoza se rehizo bien a base de solidaridad, esfuerzo y mucha disciplina. Liso estuvo cerca de conectar con Bazdar para certificar que el equipo mantenía la fe, pero el tiro de gracia llegaría en el ecuador del segundo tiempo. Jair apretó el gatillo al entregar el balón a Andrés de forma incomprensible para que el delantero ejecutara a Poussin cuando mejor estaba un Zaragoza de nuevo traicionado por los suyos.
El partido había acabado. Luna mandó a la red un rechace a tiro de Aketxe, pero se ayudó con la mano y el árbitro anuló un tanto que rozó Karrikaburu en un par de ocasiones. El Racing bailaba sobre la tumba de un suicida.
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