La 34ª jornada de Segunda
Los huevos en la garganta. La contracrónica del Real Zaragoza-Mirandés
El zaragocismo es valor ante el miedo, orgullo frente a la amenaza, arrojo contra el drama, blanco sobre negro. Estremece la colosal grandeza de la afición en una tarde que se recordará para siempre

La afición del Zaragoza, bufanda en mano, durante el encuentro ante el Mirandés. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Se vieron lágrimas brotando de ojos inyectados en sangre. Así, con el puño cerrado, los dientes apretados y el corazón en la mano, se juegan las finales. Bien lo sabe el zaragocismo, tan orgulloso de su historia como maltratado desde hace demasiado tiempo mientras foráneos cobardes intentan, por supuesto sin éxito, darle lecciones de comportamiento y le reprochan ese rigor que le ha hecho tan grande.
A La Romareda no se le engaña. Exige honestidad, honradez y aborrece la arrogancia y la hipocresía. El zaragocista nace. Es cuestión de identidad, de raza, de honor. En las duras y en las maduras. En lo bueno y en lo malo. En la salud y en la enfermedad. Hasta que la muerte nos separe. Un enlace de por vida. Unión eterna.
Lo que pasó este domingo en La Romareda se recordará para siempre. Se cerrarán los ojos y la mente viajará a aquel 6 de abril de 2025 en el que el zaragocismo ganó una Recopa en Segunda. Aquel gol de Jair a 12 minutos del final para sacar al Zaragoza del descenso a la nada. Aquel estruendo cuando el árbitro pitó el final. Aquellas lágrimas. Vivir para contarlo.
Se recordará que aquella victoria, la primera en dos meses y medio, se produjo en los últimos días de una Romareda que colgó el cartel de no hay billetes. Se dirá sin rubor que, ese día, los huevos estuvieron en la garganta, con todo lo que eso supone.
Porque fue el arrojo de la afición lo que derrotó al pánico. No se vence al miedo sin valentía. Y el zaragocismo, valiente como el acero, rugió como nunca. Como siempre. Él puso ese balón en la cabeza de Jair. Él dobló el brazo de Raúl para someterlo al testararazo. Él resistió. Él ganó. Siempre lo hace, aun en la derrota.
El Zaragoza sigue vivo porque tiene motivos para vivir. Lo hace amparado en un entrenador con el que, al fin, se identifica y reconoce. El triunfo, más allá de merecimientos y argumentos, rescata la fe y la esperanza cuando ni una cosa ni la otra eran sostenibles. Gabi, un león, es consciente de que seguir respirando pasa por desterrar ideas suicidas, limpiar cabezas y hacer de cada pugna una lucha a muerte.
Y su Zaragoza parece al fin convencido de que no sobrevivirá de otro modo. Ante el Mirandés no cautivó con su juego, pero derrochó solidaridad, esfuerzo y compromiso. Aspectos esenciales para salvar el pellejo y salir de esta. Con miedo en el cuerpo, está visto, la muerte será solo cuestión de tiempo. Con el valor por bandera, en cambio, habrá luz en el camino.
Se recordará durante mucho tiempo que, cuando aquel partido acabó, el zaragocismo celebró el triunfo como el mayor de los títulos. Dirán que la magia del momento obligó a rememorar aquellas gloriosas noches de tiempos mucho mejores. Y, con una sonrisa en el rostro y los ojos vidriosos, se acudirá a aquel instante como el día en que 20.000 personas llevaron en volandas a un equipo que empezó el partido en puestos de descenso a Primera RFEF y que, en uno de los días más importantes de su historia, alzó los brazos al fin para pregonar a los cuatro vientos que su corazón late.
Contarán que La Romareda estremeció ese día en el que, con perdón, los huevos estuvieron en la garganta. Blanco sobre negro.
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