Real Zaragoza

La evolución del Real Zaragoza. Gabi trae la normalidad

La llegada del madrileño ha aportado unidad dentro y fuera del vestuario a base de una sencillez en la que el técnico, que ya mejora los números de Ramírez, también envuelve un manual de estilo presidido por el orden y una solidaridad innegociables

Gabi, junto a sus jugadores al término del partido del pasado domingo ante el Mirandés.

Gabi, junto a sus jugadores al término del partido del pasado domingo ante el Mirandés. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Jorge Oto

Jorge Oto

Zaragoza

El valor de la impactante imagen de la piña formada por todos los jugadores en torno a su entrenador para celebrar el trascendental gol de Jair va más allá de lo calculable. La escena pregona a los cuatro vientos esa unidad que Gabi lleva situando desde que llegó como la herramienta clave para construir la supervivencia. Sin ella, asegura, no hay nada que hacer. El discurso, tan llano como real, está en las antípodas de esos mensajes recientes que tanto daño hicieron y que abrieron de par en par las puertas a la división y a una confrontación global. Antes de la llegada del madrileño todo estaba bajo sospecha: jugadores, club, prensa, empleados y, de forma inconcebible, una afición que el domingo volvió a dejar patente su elevado grado de sabiduría. Esa que le llevó a recelar de Ramírez nada más llegar. La misma que le hizo entregarse en cuerpo y alma a uno de los suyos hasta poner la vida en sus manos. La histórica reacción de la grada ante el Mirandés fue más allá de un domingo de comunión. Zaragocismo en estado puro. Amor eterno.

Gabi no lo tenía fácil. Todo estaba roto cuando llegó. Nadie creía en nadie, el desgobierno presidía el club y el mar ya había engullido a los que cayeron de ese barco a la deriva. El Real Zaragoza había pasado, en apenas un par de meses, de estar amenazado por un final de temporada anodino y sin objetivos a situarse ante los partidos más importantes de sus casi cien años de historia. La misión de rescate de ese herido de muerte estaba (y está) llena de riesgos y peligros. Pero Gabi aceptó el reto.

Mientras otros aprovechaban sus apariciones públicas para reprochar comportamientos y censurar identidades, Gabi apeló a la unidad, a la confianza y a la responsabilidad. Su seguridad caló porque era justo lo que el zaragocismo necesitaba que le transmitieran en un momento tan extremadamente delicado. Gabi conocía el terreno y eso era un tanto a su favor.

Por eso, el manual de supervivencia del entrenador estaba desprovisto de artificios, modernidades y drones para subrayar en mayúsculas conceptos tan simples como esenciales: esfuerzo, unión, solidaridad, rigor, orden, confianza y, sobre todo, normalidad. Dentro y fuera del vestuario. Todo para coser el roto provocado por otros.

Y el remiendo comienza a lucir. La piña del equipo deja entrever que las diferencias en la caseta, si las sigue habiendo, son mucho menores. Fuera de ella, las trincheras ni son tan altas ni esconden tanta pólvora.

En el campo, el Zaragoza de Gabi es más sencillo, práctico y sobrio. El pragmatismo como premisa básica para seguir respirando se concibe desde un 4-4-2 casi inalterable con las líneas muy juntas, espacios reducidos y con la solidaridad por bandera. La receta es tan simple como clave y reclama rigor, disciplina, contundencia y dominio de esos aspectos claves en la categoría: cerrar centros laterales (Clemente y Francho fueron los elegidos para ocupar los flancos en retaguardia el pasado domingo), áreas, balón parado y reducción al máximo de esos groseros errores individuales que tantos disgustos han causado.

Calero, Tasende y Jair sacaron de quicio al entrenador en Santander. Tras una semana de ingente trabajo de campo y anímico, ante el Mirandés apenas hubo fallos serios. Calero pagó el suyo con la grada al estar sancionado, Tasende con el banquillo y a Jair, al que Gabi considera clave, lo desafió a redimirse con el gol más importante de los últimos años. Bien a gusto pagará la cena el madrileño, al que le han bastado tres partidos (cuatro puntos sobre nueve para un 42% de efectividad) para mejorar los números de su predecesor (siete sobre 30 para un 23%). Tampoco era tan difícil. Normal, más bien. Como Gabi, el líder de un Zaragoza sin líderazgo.

Y bien que lo agradece una Romareda que ha recuperado la fe y la esperanza cuando ambas cosas parecían perdidas. El balsámico triunfo frente al Mirandés, más allá de su trascendencia en la clasificación, sirve para escenificar esa unión que el entrenador ensalzó como el factor clave. «Espero un ambiente brutal. Necesitamos a La Romareda; no entiendo una salvación sin nuestra gente», lanzó entre el convencimiento y el ruego en la previa del partido. Pero otro mensaje sonó aún más atronador. «Ante el Mirandés se va a ver al mejor Zaragoza de la temporada». Conocía el madrileño el riesgo de su aseveración, pero no era confirmación lo que esperaba, sino comunión. Y, entregado a su mesías, el zaragocismo recogió el guante, se vistió de uniforme, veló armas y se preparó para la gran batalla con la absoluta convicción de que el enemigo acabaría hincando la rodilla. Así fue. El Zaragoza sigue vivo gracias a los masajes cardiacos de su entrenador. Corazón de león. 

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