Real Zaragoza
El Real Zaragoza y La Romareda: Quiéreme cuando menos lo merezca
El zaragocismo está entendiendo a la perfección el delicado momento que vive su equipo y, a pesar de lo poco que recibe a cambio, vuelve a dar otra lección de amor que acaba con el orgasmo de Poussin

Los jugadores del Real Zaragoza aplauden a la afición al concluir el partido / Laura Trives

Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite. Esta frase, atribuida al personaje Dr. Henry Jekyll del libro El extraño caso del Dr. Jeckyll y el señor Hyde define a la perfección lo que está haciendo la afición del Real Zaragoza con su equipo. La Romareda se ha puesto el mono de trabajo porque sabe la trascendencia del momento que está viviendo el club, uno de los peores de su historia y que, sin embargo, está provocando una unión entre las gradas y los futbolistas como hacía mucho que no se veía.
El chute de energía que provocó la victoria frente al Mirandés hacía presagiar un ambiente bestial. Los zaragocistas se sintieron parte principal de aquel triunfo y estaban dispuestos y engalanados para repetir la operación. La entrada fue incluso superior a la de la jornada pasada y desde el momento que asomó el equipo por el túnel de vestuarios la afición cumplió a la perfección con su papel.
Pero, aunque ya se ha dicho bastantes veces, no está mal recordar que con La Romareda no basta. No estaba pasando mucho en el partido, ni para bien ni para mal, cuando Poussin, a la postre el héroe, se equivocó y apuntaba a ser el villano de la tarde. Aunque la grada se levantó casi a lo unísono para levantar a los suyos, los de Gabi, por contra, no mostraron ningún síntoma de reacción y el segundo del Eibar acabó por empezar a agotar la paciencia de más de uno.
Incluso algún tímido pitido se escuchó cuando los jugadores se dirigían a vestuarios. Pero el zaragocismo, listo como el hambre, entendió que si había alguna posibilidad de levantar ese partido empezaba por elevar todavía más su voz para ver si algo cambiaba. Hubo un rato que La Romareda parecía animar sin ganas, más como un acto de fe, como una obligación moral, que por lo que se estaba viendo sobre el césped.
Parecía que esta vez no, que por mucho que apretara la grada esta vez el esfuerzo no iba a tener su recompensa. No llegó en ningún momento la afición a soltar la mano de su equipo, pero el ánimo no era el mismo. Fue entonces cuando Jair se agarró a un resquicio, prendió la chispa y La Romareda erupcionó. Ya daba igual si los futbolistas les daban algo a cambio, que en ningún momento fue el caso. Pero el zaragocismo siente amor verdadero por su equipo y en esas relaciones nunca se pide nada a cambio.
Los minutos pasaban mientras la desesperación crecía. Al Zaragoza, sin ideas, no le salvaba ya más que lo que le acabó salvando, un milagro. Capaz de lo mejor y de lo peor, y volviendo al El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, apareció Poussin para darle sentido al titánico empeño de una afición que volvió a sujetar a su equipo cuando no hizo méritos para acabar celebrando junto a él un punto que puede valer oro a final de temporada. La foto del partido se la llevará, con merecimiento, el francés, pero esa icónica imagen de la que nos acordaremos toda la vida no se hubiera producido sin los que salen detrás de él.
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