'La Romareda siempre será mi estadio'

La casa zaragocista se despide este domingo ante el Deportivo entre el sentimiento de pena por su brillante historia y las claras señales de la necesidad de un campo nuevo y moderno

Alberto Bobed

Zaragoza

Para el zaragocista de corazón entrar en La Romareda vacía es una experiencia sobrecogedora, pero sabiendo que su final está cerca, todavía más. Es un templo, un lugar de fe, un enclave que ocupa una parte del corazón que físicamente es rojo pero de alma blanquiazul. El fútbol, según se le atribuye a Jorge Valdano, «es lo más importante de lo menos importante» y por ello el viejo estadio del Real Zaragoza representa un lugar de especial cariño entre sus parroquianos. Su casa. Nuestra casa. Por ello, entrar a escasas horas de la fecha del epílogo de su noble y alargada historia produce sensaciones encontradas.

Este domingo frente al Deportivo de La Coruña se pondrá un punto final o aparte, dependiendo de la visión de cada uno, a 1.476 partidos oficiales, un buen puñado de amistosos, la cita Mundialista del 82 (de la que todavía queda algún vestigio a día de hoy) y encuentros de competiciones europeas con la Recopa como estandartes de la memoria de La Romareda. Pero también conciertos históricos como los de Michael Jackson o Héroes del Silencio y otros eventos relevantes. Más de 67 años de historia.

En estas últimas horas viene a la memoria una avalancha de nostalgia, recuerdos y sensaciones. Salvando las distancias, el sentimiento que queda es el de un ser querido que sabes que va a partir, pero te quedas con que ha sido muy feliz y que ha hecho feliz, con momentos de extrema alegría y de profunda tristeza, de sinsabores y grandeza, pero que ahora acabará reducida a escombros en un momento inmerecido por la situación deportiva actual, pero con la esperanza de renacer y ser grande y lustrosa de nuevo. El mismo camino que desea el RealZaragoza como club.

Pero la añoranza por el pasado y la pesadumbre de su inminente derribo no maquilla el azote que ha supuesto el paso del tiempo para una Romareda que, vista con calma y con ojo avizor no necesita solo un lavado de cara y sí una nueva directamente. Es indiscutible en un primer vistazo para el aficionado habitual o esporádico del campo que su estado es deficiente. Y los detalles lo empeoran.

El tiempo, ese gran enemigo

Al entrar al estadio por la puerta de jugadores la primera parada son unas vetustas escaleras de madera totalmente contrarias a la modernidad con una moqueta roída y deteriorada por el paso del tiempo que llevan a la sala de prensa. Todo ello rodeado de paredes de estucado grueso, síntoma inequívoco de una época pasada.

Hay cables colgando, regletas de electricidad a la vista y sillones que han visto sentarse a jugadores, entrenadores, periodistas o representantes durante décadas. La sala de prensa tiene sillas que podría albergar cualquier instituto, algo más lúcidas, pero de mismo espíritu. Parece todo un conjunto de remiendos a modo de parche.

En la puerta del vestuario de árbitros, una muestra más de lo añeja que es La Romareda. Preside un gran cuadro del día de la inauguración, aquel 8 de septiembre de 1957 frente a Osasuna, y a su lado una placa desgastada y casi ilegible que la peña Los Aúpas regaló al club blanquillo.

Tras los vestuarios, quizá la parte que más maquillaje posee pese a que haya tubos y llaves de paso a plena vista (y que preside una Virgen del Pilar), al salir a la rampa lateral que hace de túnel la imagen devuelve a la realidad rápidamente. A un lado, el ladrillo interior queda visible porque el hormigón ya ha cedido y al otro, sobrevuela el puente de chapa que da acceso a la sala de prensa y que es indigno de un estadio de élite.

Hay partes en las que el hormigón ha cedido, otras que sufren goteras y filtraciones y en caso de lluvia extrema ciertas zonas se inundian

El camino al túnel central de vestuarios lo presiden tres carteles con el lema 'Es posible, es Zaragoza' y una moqueta de césped artificial. Eso es lo visible, lo que no es que cuando llueve el agua se filtra y monta charcos y goteras.

El propio túnel, la antesala del césped, tiene las paredes forradas con síntomas de óxido y desgaste, el nombre de todos los abonados del Real Zaragoza a un lado ordenados alfabéticamente, el himno, el palmarés y la mano de la afición, un símbolo que aún perdura de la época de Agapito Iglesias. Nada se libra del paso del tiempo.

Tampoco los asientos, soportados por tornillos en su mayoría oxidados y por bancadas desgastadas y roídas que están en el filo de la peligrosidad. En la grada y en los vomitorios un simple vistazo basta para ver el deterioro estructural del estadio, que también sufre inundaciones en episodios extremos de lluvias. 

Es un tortazo de realidad de un estadio que pide a gritos mutar a un estadio nuevo y con la ineludible obligación de coger lo mejor de la vieja Romareda (su simbolismo, sus elementos característicos y su alma) y de la nueva (su modernidad y su adaptación a los estándares del siglo XXI). 

El calendario de demolición

El final oficial será este domingo contra el Deportivo, pero las máquinas no comenzarán a tirar el estadio el mismo lunes. Primero se realizarán los desmontajes de todos los elementos reutilizables, ya que algunos se llevan incluso al modular del Parking Norte, y también los focos.

Después se procederá con el vallado completo del exterior, retirada de asientos y banquillos e instalación de redes y balizamientos de seguridad. Y a mitad de junio comenzará el desmontaje de la cubierta, que tiene un protocolo especial por el amianto. A partir de ahí proseguirá la estructura metálica y ya la piqueta procederá a reducir a escombros el estadio antes de los movimientos de tierras, paso previo a la reconstrucción. 

Será otra Romareda, nueva, a la vanguardia y quizá hasta con otra esencia, pero lo que no cambiará, como reza el cántico zaragocista, es que 'La Romareda siempre será mi estadio'.

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