La 41ª jornada en Segunda
La decadencia del Real Zaragoza. No hay salvación que valga
Gabi y una afición ejemplar que exige cabezas dejan con vida al peor Real Zaragoza de la historia. La infamia y el deterioro de equipo y club imponen cambios profundos para rescatar la dignidad perdida

Jaime Galindo

El peor Real Zaragoza de la historia seguirá vagando por la Segunda División. Se salva el equipo aragonés de algo más que un descenso para, por quinta temporada consecutiva, conservar el pescuezo de malas maneras y acumulando deshonra. No es este el Zaragoza suyo. No. Ni el mío. Ni de nadie. No es esto lo que nos vendieron los de las caretas y los americanos. No merecía la vieja Romareda, que tanta gloria ha acogido a lo largo de su larga existencia, semejante despedida. Ni su gente soportar cómo indignos profesionales le señalaron con el dedo a la hora de buscar razones para explicar lo inexplicable. Porque la única realidad es que el Zaragoza, este vergonzoso y humillante Zaragoza, ya está a salvo, sí, pero que nadie olvide jamás que, si sigue respirando, es gracias a su gente, la que le ha rescatado de una muerte segura. Y de Gabi, que para eso vino. Nadie más, acaso un puñado de futbolistas, se salva en un juicio final presidido por la infamia y el bochorno. No. No hay salvación que valga. Porque el Zaragoza seguirá en Segunda, sí, y eso es una noticia horrorosa.
Se imponen cambios profundos de todo tipo. Bien claro lo dejó la sabia afición zaragocista, que se dejó el alma en la misión de rescate primero y que rindió cuentas y exigió cabezas después. No puede ser de otro modo. Habrá tomado nota Jorge Mas, presidente de la entidad, desde un palco en el que nadie conoce a nadie y en el que los que mandan no están y los que están no mandan. La gente silba y pide explicaciones sin saber a quién y no conoce a un tal Mariano Aguilar, el consejero con mando en la parcela deportiva y cuya responsabilidad en lo que ha pasado le obliga a dar un paso al frente. O al costado.
. Habrá tomado nota Jorge Mas, presidente de la entidad, desde un palco en el que nadie conoce a nadie y en el que los que mandan no están y los que están no mandan
No basta con el borrón y cuenta nueva. Ya no. El sufrimiento ha sido tan grande y el riesgo tan alto que el dolor de los pecados y el propósito de enmienda deben ir acompañados de decisiones firmes y mano dura en un club que lleva más de dos meses sin director deportivo y en el que la renovación de su capitán se anuncia de forma chapucera con media Romareda sin percatarse por obra y gracia de un sonido propio de club de Tercera. Y no es lo único, ni mucho menos, en lo que el Zaragoza anda demasiado lejos de la categoría que le corresponde.
«Estamos hasta los huevos», «directiva dimisión», «El Zaragoza somos nosotros», gritó la afición entre la rabia, la indignación y el llanto. Le dijeron al zaragocismo que lo de ascender debía ir acompañado de un mayor caudal económico pero justo cuando más dinero hay es cuando más cerca ha estado de perderlo todo. Y el Zaragoza ha dejado claro que carece ahora mismo de gestores a la altura. Todo está vacío. Y las directrices, como el kilómetro cero, se marcan desde la capital del reino para restar más arraigo e identidad a un Real Zaragoza en el que nunca hubo tan poco propio y tantos extraños.
No es el Real Zaragoza un lugar de trabajo para malos funcionarios. La porquería sigue acumulada en las esquinas durante años sin que nadie pase la escoba, lo que afecta de lleno a la estructura y organización de un club cuyo equipo es el fiel reflejo de su mediocridad. No sanará el uno sin el otro, creánme.

Un joven aficionado zaragocista se lleva las manos a la cabeza durante el partido. / JAIME GALINDO
Se salva el Zaragoza, pero seguirá condenado si no se acometen todos esos cambios estructurales que precisa con urgencia. En ello está, al parecer, según el famoso proyecto Real Zaragoza 2027 plagado de buenas intenciones y escasas concreciones. Pero hay demasiado por hacer como para tardar tanto. Una vuelta de tuerca que siempre debe quedar desligada del nuevo estadio. Porque tan necesaria es una cosa como la otra.
Sonó el himno en el minuto 93 para que el zaragocismo saliera, otra vez, al rescate de un equipo desesperadamente malo, con todo el dolor que eso conlleva. Pero el miedo era atroz y el silencio lo envolvía todo por momentos. Sobre todo, cuando marcaba el Eldense, un nombre que permanecerá de por vida entre los peores recuerdos de una gente que no se merece pasar por esto.
Pitó el árbitro y también La Romareda para dejar claro que no consentirá otro agravio así. Ni el esfuerzo desde la megafonía acalló el clamor de una afición harta de estar harta y que, de nuevo, se abraza a sus canteranos para soñar con un futuro mejor en el que el miedo deje paso a la esperanza. Bien lo sabe Gabi, que llegó a juntar en el césped a seis chicos de la tierra (Luna, Clemente, Guti, Francho, Liso y Pau Sans) para dotar al equipo de esa dosis extra de compromiso tan necesaria para escapar de una guadaña que durante buena parte de la tarde se situó a escasos centímetros de la cabeza de cada zaragocista.
El mayor fracaso en los más de 90 años de vida de la entidad obliga a reaccionar de una vez y a estar a la altura de un escudo al que no le caben más manchas. Ya basta
Se salva el Zaragoza por los pelos. Porque ha habido cuatro peores y el calendario ha echado una mano en la fase decisiva. Más por deméritos de otros que por méritos propios, si bien es de justicia otorgarle a Gabi el valor que le corresponde al llevar a la orilla a un náufrago al que el anterior entrenador dejó lisiado en medio del oceáno y abocado a su suerte. El madrileño tenía tanto miedo como el que más pero, como buen líder, se esforzó siempre en transmitir lo contrario. Taponó la herida en casa, convenció a ese grupo pusilánime de su capacidad para competir y el corazón volvió a latir.
No hay nada que celebrar. Es hora de respirar y olvidar la pesadilla. O no, porque convendría aprender de una vez de ella. No en vano, son cinco años seguidos luchando por sobrevivir y mirando todo desde abajo. Se ha salvado el Zaragoza, pero la condena continúa. La Romareda, testigo de la despedida más indecorosa de la historia, se marcha. Y la vida sigue. Pero nada puede volver a ser como antes. El mayor fracaso en los más de 90 años de vida de la entidad obliga a reaccionar de una vez y a estar a la altura de un escudo al que no le caben más manchas. Ya basta.
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