La opinión de Sergio Pérez

La salvación de Gabi y de la afición y el año de la vergüenza de la propiedad del Real Zaragoza

El Real Zaragoza está salvado. Es la permanencia de Gabi. Una gran noticia para el club y para la ciudad. La temporada señala con el dedo acusador a la propiedad, incapaz de salir de la mediocridad deportiva estos tres años

Jorge Mas, en el palco de La Romareda en el partido frente al Deportivo.

Jorge Mas, en el palco de La Romareda en el partido frente al Deportivo. / JAIME GALINDO

Sergio Pérez

Sergio Pérez

Zaragoza

Felizmente, el Real Zaragoza pudo respirar. Por fin. Y relajarse. Y soltar toda la tensión acumulada por una temporada absolutamente vergonzosa cuyo nudo gordiano se resolvió contra el Deportivo de la Coruña. Da igual cómo fuera, con un gol en propia meta de Charlie Patiño a la salida de un córner que botó Guti y que había forzado Pau Sans con su habitual verticalidad y capacidad para llegar e incordiar. Lo importante es que sucedió y que el equipo puso sus huesos a salvo antes de la última jornada.

Fue la permanencia de Gabi, a quien hay que atribuir la responsabilidad de resucitar a un muerto y llevarlo hasta la orilla de la vida gracias a su carácter y a su excelente rendimiento en La Romareda, donde no ha perdido y ha sumado los puntos necesarios para evitar una catástrofe histórica. Fue la permanencia de Gabi y de la afición. El zaragocismo es de otro planeta, ayer, hoy y siempre. En el último día de La Romareda tal como la conocemos antes de que sea demolida para construir un nuevo estadio, moderno y necesario, la grada volvió a brillar con esa luz propia tan característica, capaz de generar un ambiente único, espectacular, de poner los pelos de punta y las emociones a flor de piel. Un sentimiento unido, distinto al de antaño pero con una cohesión extraordinaria, que ha sido decisivo en el desenlace feliz de la Liga. Una afición de Primera División.

No como el desempeño deportivo de Real Z LLC. Por tercer año consecutivo, la actual propiedad ha fracasado de manera estrepitosa. La temporada ha sido calamitosa y ha puesto en riesgo de manera inverosímil la continuidad del Real Zaragoza en el fútbol profesional. Un año que debería sacar los colores, uno a uno, a los propietarios de la SAD. También a todos y cada uno de los ejecutivos del club, institucionales y no tan institucionales, que han participado en esta deshonra, a los que tienen cara y ojos y a los que no se ven y mandan más que los que se ven.

De un curso así no se salva nadie. Tampoco los entrenadores que han participado en este campeonato para el olvido, Gabi al margen y al que debemos asignar el mérito de la permanencia. Los futbolistas son tan culpables como el resto. Salvo puntuales excepciones, que las ha habido, podríamos nombrar a Guti, Francho, Arriaga, Pau Sans, el primer Soberón o el último Adu Ares, prácticamente todos han ofrecido un rendimiento alejado del nivel exigido para llegar al objetivo para el que fueron contratados o incluidos en la plantilla: pelear por el ascenso.

De la Primera División, proclamada a los cuatro vientos como la meta de la temporada, no ha habido ni rastro. No ha quedado ni a miles de kilómetros de distancia. De por allí vino otra vez Jorge Mas para pasar unas horas y volver a desaparecer. No es casualidad que el Real Zaragoza parezca un club huérfano tantas veces, más bien es una consecuencia de una manera de ser y de comportarse.

El equipo continuará en el fútbol profesional. Eso es una gran noticia porque verdaderamente pudo ser mucho peor. Esta campaña requerirá de una profunda autocrítica, una limpieza enorme y de muchas decisiones trascendentales en toda la estructura de la SAD. A los propietarios hay que exigirles las responsabilidades pertinentes y que entiendan lo que tienen entre manos. Zaragoza es una ciudad de Primera con una afición de Primera que merece unos dirigentes con músculo para sacar la billetera, sí, para soñar con la sonrisilla con un nuevo estadio, también, pero sobre todo con la inteligencia para empatizar con su entorno y con la habilidad necesaria para llegar a la excelencia y dejar de sufrir esta insoportable mediocridad.

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