Gabi no cambia nada. La contracrónica del Real Zaragoza-Córdoba
De nuevo un gol del rival basta para acabar con el Zaragoza y desquiciar a un entrenador superado cuyas decisiones envuelven a su equipo en el caos hasta convertirle en una calamidad a la altura del arbitraje.

Keidi Bare consuela a Francho a la conclusión del partido. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Con el aire en contra, el Real Zaragoza fue mejor que el Córdoba. Acumuló tantas ocasiones como desacierto al definir, controló el partido y derrochó seguridad defensiva hasta el descanso. La sensación era que el partido acabaría cayendo de lado aragonés, pero con el riesgo de pagar bien cara esa desesperante incapacidad para marcar un puñetero gol si el oponente conseguía ponerse por delante, como acabaría sucediendo. Entonces, todo se fue al garete. Faltaba casi media hora, pero como si fueran tres días. Porque el partido, como el Zaragoza, estaba liquidado.
Es ahí donde reside la gran responsabilidad de Gabi, que no solo es incapaz de levantar al equipo tras un bofetón, sino que es el primero en desquiciarse. Sus decisiones son tan incoherentes como dañinas y sus recursos se limitan a acumular delanteros sin sustancia y renunciar a ese orden que lo preside todo salvo cuando el remolque obliga a mirar el fútbol hacia delante.
Gabi no solo es incapaz de levantar al equipo tras un bofetón, sino que es primero en desquiciarse.
No cambia Gabi, un técnico obsesionado con cerrojos y candados que pierde los papeles cuando hay cambio de guion y todo se convierte en drama. Apenas diez minutos antes del tanto, había sorprendido cambiando a los dos extremos para meter en el litigio a Pau Sans y Valery, pero cada uno ocupando la banda en la que más lejos están de su mejor versión. El canterano es más peligroso en la izquierda, pero Gabi lo metió en la derecha, donde Valery ha jugado la mayor parte de su carrera.
El Zaragoza perdía sentido a la misma velocidad que su entrenador, que cambió el dibujo para apostar, aún más, por el juego directo con la doble punta formada por Kodro y Bazdar, que, tras la entrada de Soberón pasó a la izquierda para continuar con un recital de despropósitos que llevó a Valery, otra vez, al lateral zurdo. El Zaragoza era un desastre, un caos en el que medio equipo jugaba fuera de su posición. Le dio un aire a Gabi. Será por el cierzo.
El Zaragoza acabó siendo un desastre, un caos en el que medio equipo jugaba fuera de su posición. Le dio un aire a Gabi. Será por el cierzo
El caso es que el entrenador está cada vez más superado. Cuatro goles lleva su Zaragoza en ocho partidos, una cifra tan insostenible como el cargo de cualquier técnico incapaz de sacar a flote a un equipo hundido en puestos de descenso tras haber sumado solo seis puntos de 24. La situación es grave, muy grave, pero da la sensación de que o bien se ha instalado la condescendencia o bien el pánico a tomar decisiones es aún mayor que la confianza en un técnico que viene admitiendo en público que no lo está sabiendo hacer mejor y que, por tanto, es el máximo responsable. Tiene razón.
El Zaragoza, el mismo que lo había hecho bien con el viento en contra, desesperó a los suyos con el aire a favor. Ayudó a ello el árbitro, uno de los peores que han pasado por la capital aragonesa en mucho tiempo y cuya actuación, al perdonar la expulsión a Vilarrasa, contribuyó de lo lindo al desquiciamiento colectivo. Pero no fue el Zaragoza menos calamitoso que el arbitraje. Es lo que tiene no obtener respuestas desde el banquillo cuando más se necesitan. Lo que se llama lectura y gestión de los partidos, lo que tiene mucho más mérito que preparar un plan durante nueve días con sus respectivas noches. Los buenos entrenadores no son los que buscan soluciones a los problemas, sino los que las encuentran.
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