Tarazona vive con preocupación el brote de gastroenteritis detectado, pero asume la situación sin aspavientos. No hay ninguna certeza acerca de dónde está el origen del problema y, por más que las autoridades hayan identificado el agua como elemento transportador del dichoso protozoo, las teorías circulan igual de alegremente en los corrillos de la calle. Nadie sabe tampoco cuánto tiempo durará este episodio, pero lo que todo el mundo sí tiene claro es que el recelo a lo que sale del grifo tardará mucho más en desaparecer.

Más de 260 casos en apenas unos días darían como para encontrar afectados o «conocidos de» en cada esquina, aunque para nadie resulta plato de buen gusto hablar del vientre descompuesto cuando se trata del propio. Aun así, por las cintas transportadoras de varios de los supermercados repartidos por la localidad cunden las botellas y garrafas de agua y las bebidas isotónicas. En la céntrica panadería Del Río, Paola confirma que los comentarios sobre el brote abundan en la cola de cada mañana. «Estos días, a la compra del pan y los cruasanes muchos clientes añaden botellas de agua y estamos vendiendo más», reconoce. Ella ha esquivado el parásito por más que bebiera agua del grifo, una sana costumbre que ha aparcado. «Mi hermana sí tuvo gastroenteritis, pero fue antes de las fiestas y ahora bebemos solo embotellada y hasta para lavarme los dientes la empleo», comenta.

En la calle, Milagros y Laura comentan las últimas novedades del caso y muestran su incredulidad. «No hay quién lo entienda . Nosotros bebemos agua del grifo filtrada y no hemos notado nada», apunta la primera, a lo que añade la segunda: «Nosotros en casa bebemos agua embotellada desde la pandemia y a mi hijo le ha cogido, aunque leve». El no saber a qué carta quedarse dispara las teorías del animal muerto en contacto con el agua, de que no sea esta sino un alimento el agente que aloje el parásito...

En el hotel La Fonda B&B, Asun explica que el trastorno es menor por cuanto no disponen de servicio de cocina puesto que solo sirven desayunos y la única alteración de la rutina es rellenar las cafeteras con agua mineral y lavar a temperatura elevada.

Nataividad y Elena comentana cómo han vivido estos días. ÁNGEL DE CASTRO

Por la acera recién reformada de la plaza San Francisco avanza Juan Antonio bajo un paraguas para protegerse de la lluvia. Lleva una garrafa de cinco litros con la que afrontar los siguientes días sin saber cuándo podrá abrir el grifo sin desconfiar. «A mí, de momento, no me ha afectado», comparte.

Todo lo contrario que a las amigas Elena y Natividad, que a sus 74 y 88 años respectivamente, el protozoo les golpeó fuerte hace un par de días. «Tuve vómitos, diarrea... no podía salir de casa y aún hoy me dura algo», confiesa Elena. «Yo también estuve mal, me daban como ansias», describe su amiga, que reconoce no quiso ir al médico y resolvió el contratiempo con suero y dieta. Ellas, que reconocen las han pasado de todos los colores desde la pandemia, comparten los menús para sobreponerse al bicho y las recomendaciones de las autoridades sanitarias. En su conversación junto a la orilla del Queiles, entrelazan diferentes episodios sobre virus y crisis de seguridad alimentaria a lo largo de los años mientras se congratulan de verse estupendamente, pese a todo. Cerca de allí, en el bar La Terraza no se han visto especialmente afectados por el brote: «Los clientes no nos piden agua precisamente», comenta con sorna el encargado, que se extiende algo más en la prevención de lavar los cacharros tras haber hervido previamente el agua.

Mientras, Cruz Roja, en colaboración con el ayuntamiento, continua con el reparto de agua a gente necesitada. Ya son 16 familias beneficiadas y, con la última entrega, ya son cerca de 500 los litros de agua repartidos.

Javier y Yolanda cargan más garrafas para hacer el reparto entre gente necesitada. ÁNGEL DE CASTRO

Frente a la puerta de un supermercado, Marisa aguarda a que amaine la lluvia con el carro lleno. En él asoman dos garrafas de agua. «Mi marido sí lo ha cogido y está en casa. Mi hija, que trabaja en una clínica, me llamó corriendo el otro día para advertirme de que no se me ocurriera utilizar el agua del grifo para nada. Y nosotros bebíamos del grifo porque, además, es que estaba bien buena, pero ahora ya ves, con garrafas».