Los entrenadores no suelen ganar partidos pero pueden ayudar a perderlos. En el Alcoraz, esa moneda mostró sus dos caras: Ramis resultó muy influyente para bien y Míchel, para mal. Los jugadores son los responsables de los resultados, pero en ocasiones, como en esta en concreto, los planes de los entrenadores tuvieron el mismo calado de importancia que los futbolistas. El partido se decidió en el primer cuarto de hora a favor de los manchegos, lo que indica que su victoria viene de mucho antes, de un conocimiento exacto de los defectos del rival y de una explotación máxima de las virtudes adecuadas al contexto. Antes de comenzar a rodar el balón, el Alba sabía a la perfección cómo y dónde hacer daño frente a un adversario retocado por completo en ataque y paralizado por una furia que no esperaba. La estrategia fue simple y eficaz: acaudillado por Zozulia en su eterna representación de Braveheart, el Albacete se tiró a la yugular del Huesca, a su gusto por iniciar el juego sin un pelotazo. Como consecuencia de esa presión vampírica, llegó el penalti de Pedro López a los 54 segundos y el gol de Susaeta. A partir de hay, no hubo forma de cortar la hemorragia con errores, inseguridades y un pánico colectivo que se tradujo en una posesión tan larga como inútil.

Míchel quiso arreglarlo. Puso todo su empeño. Superado por Ramis en la pizarra y por una apuesta en las rotaciones que causó rechazo constante en piezas tan fundamentales como Eugeni, Ivi y Rico, tiró por la calle de en medio, la del corazón. Y se puso a improvisar, es decir que envió a luchar a sus barcos contra los elementos. El técnico es consciente de que dispone de una excelente plantilla al igual que sabe que le falta un delantero con mayúsculas (Zozulia, por ejemplo). Sin proa, la mejor nave va a la deriva. Al igual que en Soria, tuvo respuestas viscerales en ataque, en nada académicas. Okazaki salió en la avanzadilla y peleó a lo kamikaze, con mucha aceleración y poca fortuna en el remate. La ansiedad y las urgencias locales se aliaron con el Albacete, veterano, fornido, sereno y serio. Jugón al contragolpe. Míchel juntó a todo aquel cuyo pasaporte enseñará una genética ofensiva y renegó de forma definitiva de las transiciones. Okazaki, Escriche, Cristo, Eugeni, Sergio Gómez... Galán lanzado de extremo zurdo. Mucha perla pero sin hilo para el collar.

Mientras caía el bombardeo de fuegos artificiales sobre la portería de Tomeu Nadal, Ramis movió sus fichas. Acuña primero para seguir guerreando y poner centros con cicuta; Barri y Azamoum para sellar físicamente el centro del campo. Todo había acabado a los 54 segundos del partido. Sin duda en el estudio previo del encuentro durante la semana. Míchel carece de gol, se le lesiona Raba y debe dar descanso a jugadores. Aun así, debería avivar la hoguera, que se le está apagando muy pronto, y preparar otras versiones del Huesca para cuando los enemigos propongan batallas de madrugadora y agresiva intensidad. En las dos últimas jornadas le han chupado la sangre. Y se le nota la palidez. Cuando se alinean los problemas graves, es la hora perfecta para un entrenador.