Muy pocos periodistas han sido capaces de elevarse al estrellato como lo hizo la italiana Oriana Fallaci, martillo de entrevistados y apasionada defensora de la verdad, concepto que ella defendió con una parcialidad absoluta. Esta mujer, obsesiva y controvertida, murió la noche del jueves en su Florencia natal a la edad de 77 años, víctima de un cáncer que se le detectó en los 90. El año pasado, ya muy enferma y mientras se reafirmaba en su condición de "atea cristiana", recibió la bendición del papa Benedicto, poco impresionado de que en el libro La fuerza de la razón acusara a la Iglesia católica de "no defender a Cristo frente al Islam". Testigo directo de los grandes acontecimientos históricos de la segunda mitad del siglo XX, la Fallaci como la llamaban los italianos a imagen de las grandes divas de la ópera, pasó de ser un icono de la progresía de los 60 a adoptar un papel profundamente reaccionario en sus últimos años apoyada por la Liga del Norte. Lo hizo en su libro La rabia y el orgullo (2002) feroz diatriba contra el Islam tras el 11-S, que ella contempló en directo desde Nueva York, donde vivía "lejos de las inquinas" de sus compatriotas. Fallaci, hija de un convencido antifascista, se inició en las filas del periodismo a los 17 años y muy pronto pisó los territorios de conflicto en Vietnam, la masacre en la plaza de las Tres Culturas en México --donde fue herida-- Beirut, África y Latinoamérica. Entrevistó a los líderes del mundo más importantes, tratándoles con dureza, lo que le dio fama mundial.