El 16 de junio del 2009, cuando la OMS declaró la fase de alerta pandémica ante una nueva cepa de gripe, los gobiernos difundieron predicciones sobre lo diezmadas que podían quedar escuelas, empresas y administraciones. Se pautó el trabajo de los hospitales. Los medios de transporte se prepararon para proteger a los usuarios más fieles y las compañías productoras de mascarillas aceleraron la elaboración de una protección que, finalmente, apenas se utilizó. Tampoco sucedió el cierre de escuelas, las masivas bajas laborales o el caos institucional.

Gobiernos, responsables sanitarios y expertos de la OMS han iniciado la autocrítica. Coinciden en que ha habido un fallo de comunicación. "Los mensajes de los gobiernos no han llegado a los ciudadanos, y eso explica que la mayoría de la población haya decidido no vacunarse", opina el epidemiólogo Antoni Trilla. Se asume que ha habido una ruptura entre los mensajes de la Organización Mundial de la Salud, los emitidos por los gobiernos y lo que cada médi-

co aconsejó a sus pacientes. OMS y gobiernos aconsejaron la vacuna, pero la mayoría de médicos la desaconsejaron. "Algo falló", asumen.

La peculiar circunstancia en que en estos momentos se encuentra la circulación de virus gripales --en Occidente apenas se difunden-- hace difícil que el nuevo A/H1N1 mezcle su material genético con otros virus semejantes. Pero no en todo el mundo existe tanta calma. En el sureste asiático, punto de partida de las peores infecciones, sigue activo el virus aviario H5N2. Este virus, que no se transmite de persona a persona, podría intercambiar material genético con el A/H1N1, y dar lugar a una infección de elevada mortalidad, ya que el H5N2 es altamente letal.