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FALLECIÓ EL DÍA 7 DE FEBRERO EN HUESCA

Angelines Villacampa Villacampa, que rehabilitó y rescató del olvido el despoblado oscense de Susín, falleció la semana pasada en Huesca. Deja dos hijos, uno de ellos, Oscar Juliá, es el director del colegio Santa Rosa de Sabiñánigo, tíos y sobrinos, entre otra familia. El funeral se celebró en Sabiñánigo con la asistencia de numerosas personas y sus cenizas fueron esparcidas por los parajes de su querido Susín.

En su biografía figura que su familia abrió el primer hotel de Sabiñánigo y que ella estudió de niña interna en un colegio de Pau (Francia). El conocimiento del idioma del país vecino y su gran interés por la lingüística le sirvieron para poder vivir como profesora de francés.

En la década de los años ochenta regresó a Susín, en el Alto Gállego, el pueblo de sus antepasados, donde pasaba sola largas temporadas y mantenía abierta Casa Mallau, una especie de acogedor refugio para caminantes, estudiosos, senderistas y ciclistas.

El edificio es un claro ejemplo de casa-patio del que destacan la fachada, con su escudo nobiliario, y en su interior el monumental hogar-cocina, el largar de vino, los salones, alcobas y la masadería con el horno.

Quienes han pasado por ese bello rincón del Serrablo recuerdan que Angelines Villacampa atendía, orientaba e invitaba a todo el mundo. Hacía de guía y regalaba su sabia conversación de mujer culta, leída y viajada, de miras amplias más allá del Pirineo, observadora y amante de Francia y de Europa.

Para rescatar Susín de la ruina y mantener viva su memoria, recuperó fiestas y tradiciones, organizó el Concurso Pirináico de Narración Oral y, mediante campos de trabajo y grupos de voluntarios y de scout, señalizó y rehabilitó parte de su patrimonio como la herrería, el lavadero y algunos edificios singulares entre los que destaca la ermita de Nuestra Señora de las Eras.

También recuperó el entorno del despoblado: caminos, campos, huertos, paredes, y acometió la limpieza de los bosques. Mujer fuerte y creyente, Angelines Villacampa era una entusiasta defensora de Susín y de la cultura del Pirineo, una auténtica institución en la comarca. Apoyó a estudiantes de sociología, arquitectura y fotografía y, con su todoterreno y su llorado perro Pelopín, era frecuente su participación en documentales y reportajes.

Era muy querida y valorada por su labor, le dedicaron poemas y gozaban de su amistad ecologistas, fotógrafos, montañeros o escritores como Severino Pallaruelo, Enrique Satué o Julio Llamazares, autor de La lluvia amarilla.