En 1989 se prohibió el comercio internacional de marfil de elefante para hacer frente a la alarmante regresión de la especie, pero en los mercadillos y comercios turísticos de Bangkok (Tailandia), uno de los mayores centros del mundo en manufactura y venta, todavía es fácil descubrir empuñaduras con filigranas, pequeñas figuras, brazaletes y amuletos sin el preceptivo permiso de posesión o con permisos más que dudosos, como han documentado profusamente diversas asociaciones conservacionistas y la propia policía local. Nadie discute que el contrabando de marfil regresa con fuerza: aunque las cifras todavía no son definitivas, la Convención sobre el Comercio Internacional de Fauna y Flora Silvestres (CITES) calcula que más de 25.000 ejemplares fueron abatidos el año pasado de forma ilegal.

Bandas mafiosas han tomado el mando de las operaciones desde los países africanos donde se obtiene la inmensa mayoría del marfil hasta los países asiáticos donde se procesa y vende. De hecho, la caza que alimenta este lucrativo negocio ha resurgido con fuerza hasta el punto de que la especie sufre la peor crisis desde 1989, según denuncia un estudio presentado con motivo de la cumbre anual de la CITES, que se celebra en Bangkok estos días.

En la última década se ha duplicado el comercio ilegal, una constatación obtenida a partir de la cantidad de decomisos, y se ha triplicado el número de animales abatidos por furtivos, subraya el informe. "Un particular no compra cientos y cientos de colmillos como pasatiempo. Esto es obra del crimen organizado", resume Tom Milliken, especialista del programa Traffic, principal impulsor del estudio y colaborador de la CITES.

DISTRIBUCIÓN IRREGULAR Los elefantes africanos --y también los asiáticos-- están catalogados en la CITES como "especie vulnerable". Se estima una población de entre 420.000 y 650.000 individuos, muy lejos de los tres millones que podía haber en 1950, y con una distribución muy desigual. "En algunos países se han dado pasos de gigante para frenar el expolio e incluso para sacar partido al marfil de una manera responsable, pero en otros los elefantes se encuentran en estado crítico", resume Luis Suárez, experto de la organización conservacionista WWF.

Uno de los problemas radica en que la CITES permite que los países con poblaciones en mejor estado, como Botsuana, Namibia, Suráfrica y Zimbabue, vendan el marfil obtenido legalmente (por ejemplo, en safaris controlados y por fallecimientos naturales). Sin embargo, una prohibición total del comercio no arreglaría el problema, añade Suárez, por lo que deben estudiarse otras vías. El secretariado de la CITES no duda en señalar a los principales responsables: primero, los grandes exportadores de marfil, que no son necesariamente los productores (Uganda, Tanzania y Kenia); segundo, los países de tránsito (Filipinas, Malasia y Vietnam), y finalmente, los consumidores (China y Tailandia). De hecho, gran parte del marfil ilegal decomisado en Europa occidental o EEUU sigue estas rutas y procede de Asia.

Los ocho países han sido conminados a presentar planes de acción si no quieren verse privados de comerciar con otras especies que generan un notable impacto económico, como las maderas tropicales, las orquídeas o las pieles de cocodrilo. Una votación el miércoles o el jueves determinará qué se hace. Durante la inauguración de la cumbre, la primera ministra de Tailandia anunció que su Gobierno introducirá cambios legislativos para perseguir el tráfico ilegal. El problema no es solo de voluntad, sino de capacidad de actuación.