Mi primera impresión tras la lectura de la entrevista de Francisco en la revista La Civiltà Cattolica es que podemos estar ante un cambio importante en las prioridades del actual pontificado y que vuelve a recuperarse la orientación reformadora del concilio Vaticano II. Los papas anteriores, Juan Pablo II, Benedicto XVI e incluso Pablo VI en la segunda etapa de su pontificado, estuvieron obsesionados por las cuestiones sexuales, que trataban desde una antropología pesimista, con una visión negativa, en tono condenatorio y lleno de prohibiciones en lo que tuviera que ver con la pareja y con el ejercicio de la sexualidad. Se decía no a las relaciones prematrimoniales, a la masturbación, al uso de los métodos anticonceptivos, al divorcio, al aborto, al matrimonio homosexual, al sacerdocio de las mujeres, al matrimonio de los sacerdotes, a la comunión de los divorciados. Y un solo sí: a la castidad. El amor quedaba fuera de la teología papal. La obsesión por la ortodoxia y el dogmatismo era una patología frecuente. En estos terrenos todo se resolvía con condenas, excomuniones, suspensiones a divinis, etcétera. Juan Pablo II y Benedicto XVI se desviaron de las orientaciones del concilio Vaticano II, en el que ambos participaron activamente. Entre las prioridades de Francisco no están el aborto, el matrimonio homosexual o el uso de los anticonceptivos, que cree deben situarse en cada contexto concreto. Su actitud es no injerirse en la vida personal de la gente, sino respetarla. Su propósito es volver al concilio Vaticano y recuperar su espíritu solidario con las personas excluidas, expresado en este texto antológico: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón".

A quien hay que salvar es a la persona en su totalidad como corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, como individuo y comunidad. Es un mensaje en plena sintonía con los diferentes humanos de nuestro tiempo. El Vaticano II concedió poco espacio a las cuestiones relativas a la sexualidad, como tampoco se lo concedió Jesús de Nazaret. No recurrió a definiciones dogmáticas ni a condenas. Sus preocupaciones fundamentales tuvieron que ver con la dignidad humana, la promoción del bien común, la superación de la ética individualista, la solidaridad, la paz, las relaciones internacionales, las relaciones entre fe y cultura, los derechos humanos, etcétera.

Este es el camino que está siguiendo Francisco. ¿Supone un cambio histórico? Puede serlo si lleva a cambio la reforma de la Iglesia en profundidad desde la opción por las mayorías marginadas y si devuelve a las mujeres el protagonismo que se les viene negando desde hace siglos. Solo entonces volverá la primavera a la Iglesia tras 40 años de invierno.