El diario oficialista Global Times soliviantó al país el mes pasado al alabar las ventajas militares de la contaminación que mortifica cotidianamente a millones de chinos. El manto negruzco, sostenía, interferiría en los programas para guiar los misiles enemigos. Pero sus beneficios en un ataque exterior solo compensan los perjuicios ante las amenazas internas: la contaminación ciega el gran hermano que Pekín ha levantado durante años. En juego está la eficacia del costoso y ambicioso plan de vigilancia y control de los ciudadanos chinos.

La quema de carbón ante la inminencia del invierno levantó el mes pasado una neblina en la ciudad norteña de Harbin que impedía ver a más de tres metros. No solo a los humanos, también a las cámaras de seguridad. Pekín teme que terroristas o criminales comunes elijan los días más grises para sus acciones y se ha tomado en serio el asunto. Las autoridades han encargado a dos equipos, uno civil y otro militar, la obtención de cámaras que registren imágenes nítidas en un plazo de 4 años.

China instauró en el 2005 su red nacional de vigilancia Skynet. Los expertos calculan que en todo el país hay desplegadas unos 30 millones (una por cada 43 habitantes). En un distrito de la ciudad de Changsha hay 40.000, una por cada 10 habitantes. La policía de Shanghái capturó gracias a las cámaras a 6.000 sospechosos en el 2010