La Bestia, ese tren de carga que atraviesa México atiborrado de emigrantes centroamericanos, carga estos días niños. Asaltantes y violadores, traficantes y tratantes de personas se frotan las manos a lo largo de la vía. En EEUU ya no saben dónde encerrar a los 50.000 menores detenidos este año tras cruzar ilegalmente la frontera, muchos más que todos los sin papeles detenidos el año pasado. El Unicef pide "a los gobiernos de los países de donde huyen estos niños" que protejan a la infancia. Un foro alentado por la primera dama de Guatemala analizará el drama a finales de agosto.

Un congresista tejano, Henry Cuellar, muestra fotos de menores mexicanos, hondureños y guatemaltecos que parecen enjaulados dentro de lo que EEUU denomina "refugios temporales". Como varias organizaciones civiles, Cuellar asegura que "los llamados menores extranjeros no acompañados son víctimas de maltrato, hacinamiento y abandono". El congresista denuncia que EEUU no hace nada para paliar lo que su presidente, Barack Obama, reconoció como una "crisis humana".

El sacerdote Alejandro Solalinde, ángel de la vía y el albergue en la estación de Ixtepec (estado de Oaxaca), irrumpe en la Cámara de Diputados al frente de una caravana de emigrantes y clama: "Tenemos un problema serio, se incrementó la migración de niños y mujeres. Esto va a seguir pasando. ¿Qué va a hacer México? ¿Contenerlos, devolverlos a lo mismo para que los expongan, los maten?". Solalinde denuncia que las estaciones migratorias se han convertido "en cárceles de máxima seguridad, donde se mantiene a los emigrantes como si fueran parte del crimen organizado", subraya.

El sacerdote explica que junto al albergue Hermanos en el Camino han "tenido que hacer una zona de juegos, con columpios, resbaladillas (toboganes) y juegos tubulares, para que se distraigan los niños".

Sus padres están desde tiempo atrás en EEUU; los niños se quedaron con algún abuelo, algún tío, que igual también se fue. Al crecer se juntaron con otros como ellos, todos asediados por una violencia rampante en medio de la pobreza o la miseria. "En cuanto alguien les aconseja o los organiza --dice Solalinde-- salen para el norte . Sin saber todo lo que les va a ocurrir en el camino". Lo que más le preocupa al sacerdote es que "una buena parte de esos menores no acompañados están siendo captados por la delincuencia organizada y acaban como sicarios". Para los cárteles, añade, "son material renovable, porque están llegando muchos, muchos".

El padre Solalinde destaca el "aumento del número de mamás migrantes". También la mayoría de ellas cuenta que el marido emigró hace años. Un día dejó de enviar dinero y desapareció; igual tiene otra familia. Después, empezaron a irse los hijos. Ellas "se quedaron con los más chiquitos y ahora temen que se los quiten las maras", las bandas juveniles centroamericanas. Dicen que "no vale la pena malvivir vendiendo golosinas o cositas en la calle para que los niños acaben en la delincuencia y los maten". Creen que "es mejor jugársela, intentar llegar a México o EEUU para huir de la violencia".

Niños y mujeres hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, mexicanos son los que cabalgan ahora La Bestia. Como dice Solalinde, "no están buscando ya, como los hombres, mejores oportunidades; lo que quieren es sobrevivir". Lo que se encontrarán a lo largo del calvario mexicano se ve estos días en la gran pantalla, y con una ternura inusitada, en una docena de películas sobre la penosa travesía sobre los vagones del tren. El novel realizador español Diego Quemada, a quien Solalinde califica de poeta, triunfa con La jaula de oro, filme en el que narra la terrible aventura de tres de esos niños.