Rafael Vilasanjuan : Lecciones de una catástrofe

Chernóbil cambió para siempre la idea de la percepción lineal del tiempo. En unos segundos se descontroló el reactor; en unos minutos las partículas radiactivas cruzaron la frontera de Ucrania invadiendo Bielorrusia; en pocas horas el viento arrastró la nube tóxica cientos de kilómetros. Pero faltan 24.000 años para que la inmensa extensión de zona deshabitada tras la catástrofe vuelva a niveles de radioactividad aceptables para vivir. Por eso 30 años parecen pocos para medir todas las consecuencias. El accidente expuso a millones de personas, especialmente a aquellas que se encontraban en zonas próximas y, sobre todo, a los héroes que intentaron durante la emergencia frenar la fuga radioactiva, liquidar la central y enterrar sus peores consecuencias.

Tres décadas después, una zona equivalente a un tercio del territorio español permanece deshabitada. La ciudad de Prípiat, creada para albergar a los trabajadores de la central, capital de una zona de donde se evacuaron casi medio millón de personas, es una población fantasma, un amasijo de edificios en ruinas invadidos por vegetación silvestre. El número de afectados por cáncer, enfermedades cardiovasculares y defectos congénitos varía.

La dosimetría y las limitaciones metodológicas impiden que haya unanimidad científica sobre las consecuencias. Pero la realidad es abrumadora. ¿Alguien puede dudar de que el aumento vertiginoso en los que habitaban en la zona tenga relación directa? Hay además numerosas consecuencias inducidas por el accidente y la incertidum-

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