Tienen teléfono móvil desde los 11 o 12 años (algunos incluso antes, otros quizás algo más tarde). Lo usan, sobre todo, para estar al día de lo que se cuece en el instituto, porque hoy la actualidad de los adolescentes no corre por los pasillos o los corrillos del patio. Lo verdaderamente importante se divulga y se extiende por las redes sociales. Un estudiante de secundaria que no está en Whastapp, en Instagram o en Snapchat es como si no existiera.

Como a las generaciones anteriores, la generación wasap, capaz de escribir a toda velocidad con los dos dedos pulgares sobre un teclado de dimensiones minúsculas para un adulto, también tiene inquietud por saber quién es. Por eso, la investigación que el pasado 10 de junio presentaron en la Real Academia de la Lengua Española (RAE) Salma Zian y Cristina Manzanares, dos estudiantes de segundo de ESO del instituto público Juan Manuel Zafra de Barcelona, resulta tan oportuna. Y sorprendente en sus conclusiones.

80 HORAS DE TRABAJO

Cristina y Salma han trabajado todo este curso para averiguar cuál es el lenguaje de WhatsApp (o wasap, como escriben los chavales), cómo se utilizan los emoticonos, qué abreviaturas son las más habituales, qué mensajes se contestan antes y cuáles no se responden siquiera, qué imagen proyecta cada usuario a través de la foto y del estado de su perfil... Hasta han analizado cómo y a qué velocidad escribe cada uno. El resultado es un estudio, "de más de 80 horas de trabajo", subraya Cristina, que ha sido distinguido con el premio Es de Libro, que organiza la fundación Cedro, encargada de gestionar los derechos de autor de las obras escritas.

Cuando el pasado septiembre, al empezar segundo de ESO, vieron que tenían la posibilidad de apuntarse a una materia optativa llamada Zafra Investigadora, Salma Zian y Cristina Manzanares no dudaron en formar equipo. Cristina se mueve por las redes e internet con una habilidad asombrosa y Salma, una chica de notas brillantes, es rápida e intuitiva. Ambas tienen un punto de timidez, muy propio de la adolescencia, pero en cuanto se les pregunta por su proyecto sobre el Whastapp y los emoticonos, se sueltan a hablar. "La verdad es que han resultado ser un gran tándem", sonríe María Pilar Menoyo, profesora de Matemáticas y coordinadora del programa que el instituto Juan Manuel Zafra de Barcelona ofrece desde hace ya unos años a sus alumnos. La asignatura, si es que se le puede llamar asignatura, ha acabado resultando apasionante, confiesan las chicas.

Lo que han hecho las alumnas del Zafra ha sido un trabajo por proyectos en toda regla. Han trabajado el lenguaje, la estadística y las matemáticas, han buscado información en inglés y han elaborado el diseño de los contenidos y la presentación de los resultados. "Y además, cuando fuimos a la Real Academia de la Lengua para recoger el premio, nos tocó hacer una exposición oral ante un montón de público", exclama Salma.

Y todo eso en un instituto de corte tradicional e historia centenaria (con una bella fachada modernista de 1911), en el que siguen en pie los tabiques de toda la vida y los pupitres de los alumnos se mantienen alineados a la antigua usanza. Es un instituto público convencional que, como tantos otros en los últimos años, han incorporado programas y nuevas metodologías docentes para estimular a los estudiantes y hacerles más atractivo el aprendizaje.

INVESTIGACIÓN ORIGINAL

"Uno de los requisitos del premio es que fuera un trabajo original, aquí no sirve copiar y pegar", indica Cristina, de 13 años. "Por eso, hemos hecho nosotras las encuestas, después de haber elaborado unas hipótesis de partida y haber diseñado los cuestionarios", prosigue Salma, que acaba de cumplir 14.

Entre las conclusiones del estudio, realizado entre estudiantes y profesores del instituto, destaca la constatación de que, mientras los jóvenes utilizan, en un 88% de los casos, los dos dedos pulgares para escribir con el móvil, los adultos solo usan un dedo índice para redactar textos en ese tipo de dispositivos. "Y eso no excluye que también cometan faltas de ortografía", señala Salma, que reconoce que parte de la culpa de esos errores la tienen "los propios teclados, que dificultan incidir exactamente en el símbolo deseado y los correctores o predictores de textos, que pueden jugar alguna mala pasada".

Otra de las diferencias radica en cómo usan emoticonos y abreviaturas. "Cuando les dimos a reproducir un texto, para comprobar su velocidad --indica Cristina con soltura--, nos encontramos con que los mayores lo escribían al pie de la letra, mientras que los jóvenes incorporaron emoticonos (en un 40% de los casos) y abreviaturas (la mitad de ellos)". "Los puntos suspensivos son el recurso ortográfico que más utilizamos todos, adultos y adolescentes, cuando elaboramos un texto y, en cambio, lo que menos hacemos es sustituir los pero por un xo", concluyen.