La pianista Pilar Bayona renunció a todo excepto a la música. Dilató enormemente su repertorio, pues quería conocerlo en su totalidad. A los clásicos, a los contemporáneos, incluso a los jóvenes autores. Viajó, ofreció conciertos y giras, pero siempre volvió a Zaragoza, a esa «habitación propia» que Virginia Wolf decía que la mujer necesitaba para crear. Chus Tudelilla (Logroño, 1961) confiesa su admiración por la pianista: «Me fascina Pilar Bayona porque estudió durante toda su vida. Aprender, practicar, perfecccionarse, eran sus objetivos. Tocaba 10 horas diarias en el salón de su casa», afirma la galerista. «En vez de salir y darse a conocer ella prefirió recogerse, necesitaba concentración para aprender. ¿Qué artista hace eso?». Cuando se le preguntaba por qué no estaba dando conciertos por el mundo, ella sonreía. Solo le interesaba la música.

De entre las numerosas entrevistas a Bayona, Tudelilla rescata la que en 1921 le hizo el periodista Amadeo Antón para el diario La Tierra. «Me han dicho siempre que ser mujer es supremo inconveniente para llegar a las cimas artísticas. No he podido comprenderlo. Lo admito, pero me parece absurdo. ¿Acaso esta consideración de absurdo proviene de que soy mujer y joven? Entonces me parece más censurable que no haya medio de salvar esa traba que se pone al sentimiento artístico. Yo soy pianista, únicamente pianista, y me parece disparatado que nadie vea en mí sino a la artista que desea exteriorizar su vocación. Estoy en el ejercicio de un sacerdocio artístico».

Pilar Bayona, vista por Daniel García-Nieto.

Pilar Bayona nació en Zaragoza en 1897. En la primavera del 1936 vivió durante un tiempo en Madrid. Frecuentaba la Residencia de Estudiantes, donde tocaba el piano. Allí coincidió con Lorca, Adolfo Salazar, Neruda, Pepín Bello, Juan Vicens, Rafael Sánchez Ventura… «Días antes de estallar la guerra civil -recuerda la historiadora- Pilar Bayona regresó a Zaragoza. Tras conocer la muerte y el exilio de sus amigos, se sintió sola en el mundo: ‘Pero y ahora... ¿con quién hablo?’, dijo». Tan importante como su obra fue su personalidad y su influencia en artistas e intelectuales: Tomás Seral y Casas, Maruja Falena, Federico Comps, Javier Ciria, Raimundo Gaspar, Mariano Gaspar, Serrano Valerio… Tras la guerra, Pilar Bayona compartió su música en Zaragoza con nuevos amigos: Luis García-Abrines, Federico Torralba, Camón Aznar o Juan Eduardo Cirlot. «Alfonso Buñuel fue determinante en encuentros y complicidades», apunta la historiadora. Tudelilla conoció el legado de Pilar Bayona en torno a 1993, como responsable, junto a José-Carlos Mainer, del proyecto expositivo y editorial Luces de la ciudad. Arte y cultura en Zaragoza 1914-1936.

Tudelilla considera de lectura obligada el libro Pilar Bayona. Biografía de una pianista (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2015). «El trabajo riguroso y apasionado de sus autores, Antonio Bayona y Julián Gómez, permite conocer en profundidad la trayectoria y personalidad de Pilar Bayona en su contexto; una tarea poco habitual».

Chus Tudelilla me confía una intuición. En su autobiografía Memorias de una mujer sin piano, la esposa de Luis Buñuel, Jeanne Rucar, recordó el día en que este, cuando todavía eran novios, oyéndole tocar el piano, le dijo: «Para tocar como estás tocando, déjalo». Y Jeanne Rucar, suavemente y en silencio, cerró la tapa del piano que nunca más volvió a abrir. «Cabría pensar que la reacción destemplada, hiriente y agresiva de Luis Buñuel, que sabía algo de música, bien podría estar relacionada con la admiración que desde muy joven sintió por Pilar Bayona, de quien confesó haber estado enamorado. Luis Buñuel solo concebía una manera de tocar el piano: la de Pilar Bayona. Cualquier otra aproximación era mediocridad, ajena a su interés. Quizás fue Pilar Bayona la única mujer en la vida de Luis Buñuel a la que respetó intelectualmente», subraya Tudelilla. Pilar Bayona murió en su ciudad, víctima de un estúpido atropello, el 13 de diciembre del 1979, muy cerca de su casa donde había creado una habitación propia.