Me dijeron que tenía que ser guerrera,

una gladiadora,

y empuñar mi espada con orgullo

sin dudar ni un momento cuando tuviera que usarla.

Me enseñaron que las heridas se curan con alcohol,

que hay que echarlo a chorro,

sin miramientos y sin tiritas.

Aunque escueza.

Me repitieron una y otra vez

que primero tenía que quererme a mí misma

y a lo que siento

cuando me miro en el espejo.

Me dijeron que tenía que quitarme la venda

y abrir los ojos,

y aguantar el dolor de la luz

atravesando mis párpados.

Me metieron con calzador que las lágrimas son solo lágrimas,

agua y sal naciendo de las entrañas,

y que se llevan con ellas todo lo malo

que no debería estar en mi interior.

Se cercioraron de que me quedara claro

que mis decisiones —que las tenía—

qran tan válidas como las de cualquier otro.

Así que tenía que luchar por ellas.

Me dijeron que primero yo

y después yo.

Y quienes me lo dijeron lo hicieron con la esperanza

de ver estas enseñanzas tatuadas en mi piel.

Algún día.

Sabiendo que muchos intentarían confundirme

y se creerían con el derecho a decirme

que eran mejores que yo.

Que intentarían tirar por los suelos mis ilusiones

y mis sueños

Porque yo, por haber nacido así,

no tenía derecho a tenerlos.

Que era posible que me discriminaran,

que no me dejaran hacer lo que me gustaba

por no ser lo suficiente,

por no ser como ellos.

Quienes me enseñaron esto

tenían miedo de que me diera de bruces con la realidad

y no estuviera preparada.

Y el miedo se apoderada de mí,

haciendo que les creyera.

pensando que no valgo,

que no soy, que no llego,

QUE NO PUEDO.

Y claro que me las tatué.

Me tatué cada una de esas palabras en la frente

para que el que viniera y me mirara a la cara

viera estas enseñanzas antes que mis ojos.

Y se diera cuenta de que primero yo

y, después,

mi libertad.