En un solo segundo
pude notar qué es la necesidad.
Estaba posada en mi mano
y yo cerré los dedos suavemente
a su alrededor.
Intentando que no se fuera,
que no echara a volar,
que se quedara para siempre a mi lado.
Lo conseguí.
Y tanto que lo conseguí.
Le construí una jaula
para que estuviera junto a mí
hasta el infinito,
Y ella dejó de batir las alas.
Comprendió que era inútil,
que por mucho que intentara moverlas
jamás podría volver a volar.
Porque ahora era mía
y solo mía.
Yo la observaba
a través de los barrotes.
Sus colores dejaron de ser colores.
Se volvió tristeza y fragilidad.
Pero al menos seguía estando aquí.
Me devané los sesos,
intentando saber por qué su color,
antes frenético,
se había vuelto pena.
Por qué ni siquiera me miraba
cuando pasaba por su lado.
Pero no encontré respuesta.
Pinté su jaula de color rojo
para ver si la alegría
se reflejaba así en sus alas.
Me pareció verlo,
en un segundo,
como una caricia mal dada.
Una brizna de color
teñía sus párpados.
Pero no era rojo, sino azul.
Azul lágrima, azul tristeza.
Azul me voy de aquí para siempre.
Azul no sabes lo que es el amor.