Todos nacemos de un cuerpo de mujer. Eso y la muerte es lo único que hermana a la humanidad sin distinciones que valgan. Y, sin embargo, esa misma humanidad, en cualquier tiempo, cultura y lugar, ha llegado unánimemente a la conclusión de que el cuerpo de la mujer da vergüenza.

Tanto y tan lacerante bochorno que una mujer de 32 años, en España, en el 2019 después de Cristo, ha decidido quitarse la vida porque un examante primero, y unos compañeros de trabajo después, propalaron un vídeo de contenido sexual en el que ella aparecía. En concreto, su cuerpo, manifestándose en una de las dimensiones más inherentes a la corporalidad. ¿La aberración? Que se trataba, repito, de un cuerpo de mujer. Yesca para las risitas. La mofa. Para el apuntar de dedos, tiro al plato en la diana. Cúbrete las carnes impúdicas, le dijo el Dios judeocristiano a Eva. Y todo ha ido encajando en ese molde hasta hoy.

No lo enseñes. No lo explores. No lo conozcas. No lo disfrutes. No lo uses, como no sea para concebir. Si no lo preñas, igualmente nos enteraremos, porque vas a sangrar. Otro estigma que, por tanto, no estaría de más que escondieses.

Esta semana, se celebró el Día internacional de la higiene menstrual. Hablábamos unas líneas atrás del Dios de Israel, pero los de los hindúes no se quedan a la zaga. A algunas nepalíes, una vez al mes, se las confina en los cobertizos con los animales: para que su hemorragia no atraiga males sobre la comunidad. En Afganistán, se cree que ducharse mientras se 'padece' el periodo te deja estéril por el resto de tus días. Las pasarás canutas para encontrar una chef de sushi en Japón, porque, al parecer, expulsar por la vagina tejido endometrial y otros fluidos te desequilibra el sentido del gusto, y quedas inhabilitada para extraer los sutiles matices que compondrán la armonía de la salsa wasabi, el arroz y el pescado crudo.

Ridículo, ¿verdad? Qué atrasos, qué supersticiones, qué arcaísmos. Pero, ¿acaso en el Occidente entero no andamos las mujeres de toda condición y pelaje haciendo malabarismos de prestidigitación y ocultamiento cuando "nos hallamos en sociedad" y nos toca ir al baño a cambiarnos la compresa? Eso sí, apáñatelas para resultar, amén de discreta, rápida y diligente en lo de poner el oportuno dique de contención a la marea roja, porque como se desborde... lo que va a acabar colorado cual pimiento morrón, además de las bragas, será tu carrillo. Tonalidad: granate oprobio.

Cuando tenía 14 años, un aciago día, me bajó la regla traicioneramente justo antes de una clase de Inglés. Llevaba un pantalón crema. Imaginen la combinación de ambos factores. De resultas, ¡la sangría, la catástrofe! Para rematar, en esa asignatura nos emplazaban a todos para resolver en la pizarra, por orden de fila india, ejercicios de writing. Mi angustia crecía sordamente a medida que mis compañeros salían, e iba menguando el número de pupitres que me separaban de mi exhibición sanguinolenta en el encerado.

Cuando ya prácticamente tenía el marrón encima, levanté la mano a la desesperada, y le pedí a la profesora que se acercara. Al oído, le confié la cuita que me afligía. Y claro, como ella también se había criado en un mundo en el que no es de recibo que una señorita se pasee con el culo manchado de menstruo, se mostró muy comprensiva y me ahorró el mal trago. Cuando me llegó el turno, me saltó olímpicamente. Se me escamoteó la oportunidad de demostrar mi dominio del genitivo sajón, pero, a cambio, el alivio fue infinito. Los cimientos de la civilización no se habían tambaleado. Todos contentos. Pero ahora lo pienso y me pregunto... si, en lugar de aquello, le hubiera susurrado “oiga, seño, me ha sangrado la nariz (algo que, por otra parte, me acontecía con harta frecuencia), me he ensuciado la ropa y me da corte que me vean con el lamparón”, ¿se habría solidarizado conmigo hasta el punto de indultarme, o me habría contestado “ya puedes ir desfilando”? Y es más, ¿yo misma habría juzgado necesario pasar esa jornada, que se me hizo tan larga, con el trasero pegado a las paredes, en vez de admitir que, simplemente, los accidentes ocurren y que, a fin de cuentas, no se había muerto nadie?

Lo mires por donde lo mires, en cualquier rincón del orbe, la mujer sangrante equivale a mujer impura. Porque su cuerpo se está expresando. Y eso, recordemos, inspira sonrojo. Lo grave estriba en que, por definición, de lo ignominioso uno se burla, lo escarnece, le pierde el respeto, lo mancilla. Y de ello se derivan consecuencias, como que, también esta semana, cuatro mujeres de Guatemala, Ecuador y Nicaragua vayan a presentar ante el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas un litigio único en contra de sus Estados, que no les permitieron abortar. A las cuatro las habían violado. Cuando contaban 12 y 13 años.

Pero eso no importa. Porque engendrar es lo único que el cuerpo de la mujer tiene de sagrado. Para todo lo demás, vergüenza.