No parece muy educativo pretender que nuestros hijos tengan visiones sesgadas o incluso cierren los ojos ante la diversidad, la multiculturalidad, las capacidades diferentes, la igualdad… Tampoco es ejemplar romper o cuestionar consensos en la lucha contra la violencia de género, cuando esta lacra social ha causado solo en España más de mil víctimas mortales desde que se tienen estadísticas (año 2003), y que en los últimos siete años, los huérfanos por esta causa ya son casi trescientos.

Mentir con bulos sobre personas migrantes no nos hace más honorables, y aceptar los bulos retrata nuestro racismo. Deberíamos no olvidar que nuestro ADN, pensemos como pensemos, es innegablemente multicultural, hecho sobre la base de todas las migraciones que nos han hecho evolucionar hasta lo que hoy somos.

Las mentes estrechas empequeñecen el mundo con exclusiones, imposiciones y supremacías anacrónicas y ridículas que dos mil años de historia deberían haber abolido.

Las mentes abiertas no se dan por vencidas, escuchan, exploran, incluyen, valoran, respetan, suman, construyen.

La apertura de miras no es exclusiva de una sola ideología, así que no nos pongamos estupendos ni tendenciosos, pero pongámonos en lo mejor, en construir entre todos la mejor versión de la sociedad que queremos.

Y para ser mejores no basta con hacer creer que los demás son peores. No se es más hetero por negar otras sexualidades, y no se es más listo por evitar que niños con dificultades de aprendizaje compartan aulas con nuestros hijos.

Es insostenible defender que para ser libre de conciencia hay que limitar la libertad de los demás, frente al aborto, frente a la migración, frente a la igualdad, frente a la educación…

Los populismos se sostienen sobre crisis de valores, egocentrismos y clasismos trasnochados. Da miedo pensar en una crisis de valores que nos haga retroceder en justicia social, democracia y humanismo.

La historia demuestra que todo puede mejorar o empeorar. Pero, por lo general, de las crisis se aprende, y prefiero abrir mi mente al optimismo. Si los valores están en juego, me quedo con los de las personas resilientes, la juventud que lidera la lucha contra el cambio climático, la cooperación al desarrollo, los activismos de todas las causas basadas en la justicia social, la igualdad de oportunidades, de género y el respeto a todas las personas, y con una ciudadanía activa y constructiva, en la que todos y todas podamos ser, convivir y evolucionar.