Este verano, una vez más, coincidí unos días con mi amigo Ángel en Panticosa, algo que aprovechamos para recordar las historias del abuelo Cebolleta y ponernos al tanto de cómo va la familia y el resto de la pandilla. Es sabido que con el paso del tiempo es una costumbre recurrente. Además, es divertido porque se convierte en una lucha entre su memoria pez (es campeón mundial de la materia) y la mía, que, por suerte y para su desesperación, está en las antípodas.

Una tarde se celebró el funeral por la mujer de un profesor nuestro del instituto y acudieron varios ex compañeros del Mixto 1, como lo llamábamos orgullosos en lugar de Ramón Pignatelli. Entre ellos estaba Jesús Merino, uno de esos tipos que te marcan por su forma de ser y de enseñar. Socarrón y campechano, con sus gafas de sol grandes y mal perder en el guiñote, como todo buen jugador que se precie. Estuvimos hablando un rato antes de volverse a Zaragoza. Obviamente, después de treinta años no se acordaba de mí a pesar de enumerar al grupo habitual que íbamos juntos. Lo que no impidió que se alegrarse de hablar conmigo. A Ángel lo ve a menudo cuando va a visitar a sus padres.

Le comenté que guardo como oro en paño sus apuntes de historia contemporánea de COU, y que cuando le sean útiles los heredará mi hijo. A lo que enseguida añadió: “Dejé de hacerlos cuando me di cuenta de que los usaban en demasiados sitios sin mi permiso”. Nada nuevo bajo el sol, pensé. Aunque lo mejor de sus clases era lo que no estaba en ellos. Los chascarrillos y anécdotas que nos contaba sobre cada periodo y protagonista con su particular forma de hacerlo era sin duda lo que distinguía sus clases.

Como estaba un tanto intrigado conmigo, enseguida preguntó: “¿Quiénes eran los revoltosos de vuestro año?” Mano de santo debió pensar, ahora sí lo ubico. Pero tampoco. Así que recurrió al comodín de los empollones. El resultado no mejoró mucho, por lo que me recetó un “ya lo siento, pero habéis sido tantos”. Conociéndolo, seguro que tiró de archivo fotográfico cuando llegó a casa.

Utilizando su razonamiento me vienen a la cabeza unos cuantos buenos profesores: Barreras, un matemático con métodos demasiado vanguardistas para la época; Enríquez, que nos intentó inculcar el amor por la literatura, y el citado Jesús Merino, que con su particular carácter nos llevó a la selectividad lo mejor preparados que pudo.

Pero también están los otros. Los que dejaban impronta por malos. Solo citaré dos. La emblemática profesora de matemáticas con apellido de animal poco bravo, que nos llamaba parvulitos y buscaba cualquier pretexto para enfadarse y no dar clase. Y el titular de lengua o literatura, según el año, que jugaba con nuestras vidas e ilusiones y hacía repetir curso con su asignatura a varios alumnos. Según su teoría, un 10 solo era cosa de Dios, él se quedaba en el nueve, así que para el resto de mortales, la mitad era un notable. El aprobado se cifraba en torno al 2,5 o 3, según el día y su humor. Pocos meses más tarde de abandonar nosotros el instituto, una noche de fin de semana, su coche salió volando en una curva con destino al más allá, adonde fue llamado a explicar su peculiar razonamiento. Requiescat in pace.

COU era el año de la decisión vital más importante: elegir carrera. A principio de año recuerdo que nos preguntaron quién tenía claro que iba a estudiar. Solo se levantaron dos manos. La de Ángel, que quería ser piloto militar, y la mía, que desde pequeño tenía decidido ser periodista. Mi amigo hacía sus propios aviones teledirigidos con su padre y después de ver a Tom Cruise en Top Gun cualquiera le decía que cambiara de idea. Yo pasaba horas escuchando retransmisiones deportivas y viendo programas informativos.

Treinta años después, ni Ángel ni yo cumplimos el sueño académico. Él no entró en el Ejército del Aire ni yo en la Facultad de Periodismo. Tuvimos que recorrer un largo camino por rutas alternativas para lograr el objetivo. Los dos nos diplomamos en la Escuela de Empresariales. Pero él lleva pilotando todo este tiempo diferentes modalidades de avión y yo conseguí dedicar una parte de mi vida al periodismo, lo que demuestra que los sueños se pueden convertir en realidad gracias al tesón, la ilusión y a tipos como Jesús. Gracias maestro.