Tony lo tenía muy claro. Él no entendía de confinamientos, ni de encierros, ni de otras medidas severas. Iba a permanecer con su amigo Víctor hasta el final. El pobre anciano se había contagiado con el coronavirus y había sido confinado en su dormitorio ya que no había camas libres en ningún hospital. Y Tony, aunque viejito también, sacaría fuerzas de donde fuera para no abandonar a Víctor. Tony no exhibió jamás una pizca de rebeldía, ni el más leve acceso de ira. Al contrario, su carácter alegre, tranquilo y bonachón era lo que más admiraba Víctor de él. Pero esta vez era distinto. Nada ni nadie le iba a impedir visitar a su amigo del alma. Es más, había decidido quedarse a su lado todo el tiempo que fuese necesario. A Víctor no le iba a faltar una mirada amable, una caricia, un gesto de complicidad; aunque a veces no pudiera evitar que le cayera alguna lágrima compasiva. Dormiría en la butaca de la habitación de Víctor aunque, en alguna ocasión, lo haría apoyando su cabeza en la cama para que su amigo notase su presencia y pudiera acariciarle el pelo si quería. Nunca le iba a abandonar.

Durante las interminables noches de vigilia, Tony recordó aquellos meses en los que estuvo gravemente enfermo, casi desahuciado. Víctor no dudó en pagar a los mejores especialistas para que le atendieran. Le acompañó a las mejores clínicas del mundo: Madrid, Londres, New York… Por fin, gracias a un largo y costoso tratamiento y al clima de las montañas alpinas, se curó. Su amigo estuvo siempre a su lado y corrió con todos los gastos. Rememoró también el consuelo y el apoyo que pudo proporcionar a Víctor, cuando la mujer de éste, enfermó de cáncer y a los pocos meses falleció. Momentos duros compartidos que afianzaban su idea de seguir con su amigo hasta el final.

Cuando llegó el día fatídico, aparecieron en la habitación unos hombres con mono verde de plástico y certificaron la defunción de Víctor. Le cubrieron con una sábana oscura, le sentaron en una silla de ruedas y le bajaron a la calle. Esperaba ya una furgoneta con un par de pequeños logotipos del Departamento de Sanidad. Introdujeron a Víctor. A Tony no le dejaron subir a pesar de su insistencia en ir con su amigo para darle el último adiós. No hubo nada que hacer. Se quedó en la acera viendo cómo se alejaba la furgoneta. Algunas lágrimas comenzaron a deslizarse por su cara. Tantos buenos momentos de sincera y desinteresada amistad… Escuchaba el ruido de los motores de los coches frente a él, pero ya no veía nada. Se lanzó a la carretera y fue arrollado por un camión. Un vecino asomado a la ventana del edificio soltó un grito: “¡Era Tony, el perro de Víctor. Lo han matado!”