En los albores de la carrera espacial, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética competían por la conquista del espacio exterior, el primero Observatorio Geofísico Orbital despegó de la Tierra. Era el 4 de septiembre del 1964. Siete años después del Sputnik, el primer satélite artificial de la historia. Y cinco años antes de que la misión Apollo 11 aterrizara en la Luna. La misión OGO-1 despegó entonces para estudiar la Tierra y ahora, tras 56 años en órbita, regresa a su planeta madre.

Ocurrió la semana pasada, cuando los observatorios espaciales notificaron el impacto de un pequeño objeto contra la atmósfera terrestre. Al principio nadie tenía muy claro de qué se trataba. Y, aunque todo apuntaba a que era un asteroide cualquiera, datos adicionales mostraron que el centelleo detectado era el último rastro de esta histórica misión espacial. Así lo corroboraron el Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra (NEO), el Jet Propulsion Laboratory de la NASA y la Agencia Espacial Europea.

El satélite, diseñado para estudiar la magnetosfera de la Tierra, estuvo operativo durante unos cinco años. Se estima que en septiembre del 1964, justo tras ser lanzada, la nave logró transmitir información fiable sobre el 70% de su trayectoria orbital. Allá por el mes de julio del 1969, a las vísperas de la llegada del hombre a la Luna, la misión solo pasaba el 10% de los datos de su recorrido. Poco después, la OGO-1 dejó de dar señales. Y hacia el 1971, tras años sin rastro de su actividad, la NASA dio su misión por terminada. Desde entonces, no se había sabido nada más de él.

FIN DEL VIAJE

Ahora, su regreso ha rescatado su legado. Todo apunta a que se desintegró sobre el Océano Pacífico. Justo en el cielo de la isla polinesia de Tahití. No muy lejos de ellí, en el corazón de Maui (Hawai), dos estudiantes de secundaria relataron a la prensa local de que ellos han sido testigos del suceso. Y así lo corroboraron las observaciones realizadas desde el observatorio astronómico local.

Esta nave espacial, según se explica en un comunicado de prensa emitido por la NASA, fue la primera de la generación OGO en despegar. Y la última en volver a casa. Sus otras cinco homólogas, lanzadas hasta el 1972, hace ya años que se desintegraron en la atmósfera terrestre. Ninguna de estas reliquias espaciales supone un peligro para los habitantes del planeta. Sus restos, de hecho, desaparecerán en un resplandor. Y, como mucho, dejarán algún que otro vestigio en el océano.