Estas semanas de finales de mayo y comienzos de junio están repletas de efemérides que nos recuerdan cuáles fueron los pasos que condujeron hace ya 213 años a los famosos Sitios de Zaragoza enmarcados dentro de la Guerra de la Independencia Española, algo que ha investigado de forma muy interesante y con un nuevo enfoque el doctor en Historia Daniel Aquillué en su nuevo libro 'Guerra y cuchillo'.

Las tropas de Napoleón entraron en España como aliadas en el tercio final del año 1807 con el objetivo de conquistar Portugal con el apoyo del ejército español, y es que los lusos, fieles aliados de Gran Bretaña, la gran enemiga de Bonaparte, se seguían negando a hacer efectivo el bloqueo continental que había ideado el emperador de los franceses para ahogar la economía británica.

Sin embargo, en los meses siguientes las tropas francesas comenzaron a ocupar plazas estratégicas como Barcelona o las ciudades del eje que unía Francia con Madrid, como Pamplona, San Sebastián, Vitoria o Burgos. Poco a poco comenzaron a comportarse más como ocupantes que como aliados, comenzando los altercados en las calles y en las tabernas entre la población y los soldados franceses.

En este clima enrarecido se mascaba también una larga crisis interna de la propia monarquía española que estalló de forma definitiva con el Motín de Aranjuez en marzo de 1808 en el que Fernando, príncipe de Asturias, junto a su camarilla del partido fernandino y un importante apoyo popular acabaron por deponer tanto a Manuel Godoy, el jefe de Gobierno del momento y al que el pueblo culpaba de todos los males del país, como al mismísimo rey Carlos IV, que acabó destronado por su propio hijo.

Sin embargo, Fernando VII al que la gente llamaba el Deseado y a quien veían como la gran esperanza de la regeneración del país, necesitaba que el árbitro de Europa, que no era otro que Napoleón, le confirmarse como rey de España e Indias. Tanto Fernando como Carlos cayeron entonces en una trampa atraídos por el emperador hasta Bayona donde les obligó a abdicar el trono en su persona, y este a su vez coronó rey a su hermano José Bonaparte.

Fueron más las abdicaciones de Bayona y no el levantamiento de Madrid el 2 de mayo lo que prendió en realidad la mecha de la guerra en España, una guerra que absolutamente nadie esperaba. Es en ese momento cuando los acontecimientos se fueron precipitando hasta que el 24 de mayo se produce el levantamiento de Zaragoza, capital de un Aragón donde todavía no había presencia de tropas francesas a pesar de su posición estratégica para las comunicaciones.

Aquél día el pueblo, fiel partidario de Fernando VII y muy contrario a todo lo que había supuesto el gobierno anterior de Godoy, depuso al hasta entonces capitán general Guillelmi y comenzó a realizar la entrega de armas que había en la Aljafería para armar a un pueblo enfervorecido y que pensaba que expulsaría al invasor en un plis plas.

Es ahí donde surge la figura de José de Palafox, un militar perteneciente a la Guardia de Corps de su majestad con nula experiencia militar y que hasta entonces se había dedicado a ir de fiesta y festejar en la corte madrileña. Era uno de los hijos de los marqueses de Lazán, una de las grandes familias de la nobleza aragonesa con una importante ascendencia sobre la población zaragozana, y en él se fijaron los ojos de los zaragozanos para liderar la defensa de Aragón contra Napoleón. Y no es para menos, ya que los Lazán se habían caracterizado en los últimos tiempos por ser uno de los más firmes apoyos en Aragón del partido fernandino.

Gracias a diferentes apoyos de figuras con una gran ascendencia sobre las clases populares como Jorge Ibor Casamayor, conocido por todos como el Tío Jorge, y al que Palafox había intentado sin éxito que el depuesto Guillelmi levantara en armas a Aragón, José de Palafox se convirtió en el líder que todos deseaban para afrontar el desafío que se presentaba ante el por entonces mejor ejército de Europa.

Palafox, de una gran ambición personal pero sabiendo también que se jugaba el cuello de no contentar a esas clases populares que le aupaban al poder, escenificó una calculada negativa de aceptar el cargo de capitán general que se le ofrecía. Y es que los zaragozanos amenazaron de muerte a los miembros del Real Acuerdo si el joven militar no aceptaba el cargo, por lo que suplicaron a este que aceptara. Palafox logró con ello un poder prácticamente absoluto en la teoría, aunque él mismo sabía que en la práctica se movía en el filo de la navaja.

Aún con todo, su origen aristocrático le llevó a pensar que no tendría legitimidad suficiente en el cargo de capitán general por haber sido aupado por un motín popular. No eran esos los usos acostumbrados de acceso al poder en el Antiguo Régimen. De ese modo se sacó de la chistera la convocatoria de esas antiguas cortes aragonesas que no se reunían desde el año 1702, hacía más de un siglo, y que habían sido eliminadas de raíz. Así, el 9 de junio se reunieron los cuatro brazos representativos (alta nobleza, baja nobleza, clero y universidades), que de forma apresurada confirmaron a Palafox en su cargo mientras este se apresuraba en levantar un ejército de la nada.

Esa ficción de las cortes del reino que recordaban a tiempos pasados se cerraron aquél mismo día de forma apresurada, y no era para menos. Las tropas franceses del general Lefebvre habían llegado a Tudela el día anterior y avanzaban con un objetivo claro: someter Zaragoza. Pero como se suele decir, esa es otra historia.