En el año 1640 la Monarquía Hispánica del rey Felipe IV de Habsburgo (Felipe III para el reino aragonés), llevaba más de dos décadas de guerra continua contra media Europa. El gran imperio de los Austrias se batía el cobre por mantener su puesto como la gran potencia mundial que era luchando en la rebelión de Flandes, inmerso en la lucha en Europa en lo que fue la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y combatiendo también con los ingleses y franceses. Esto supuso el aumento de los impuestos, la carga fiscal sobre el pueblo, su empobrecimiento y constantes levas para poder mantener los números y caros ejércitos que mantenía desplegados en diversos frentes de guerra.

Además, las políticas del valido del rey, el conde-duque de Olivares, que habían tratado de aumentar el poder de la monarquía así como la participación de los Estados que formaban la Corona de Aragón en las guerras del imperio, provocaron poco a poco desencuentros cada vez mayores entre el rey y sus súbditos además de un cada vez mayor descontento.

La intervención de Francia en la guerra desde 1635 supuso también que la frontera pirenaica se convirtiera en un nuevo frente, por lo que los tercios fueron llevados a esas zonas y especialmente a Cataluña, teniendo que ser alojados en muchas ocasiones en las casas de la población civil. Los desmanes de los soldados fueron alterando la situación social de la zona, hasta que el 7 de junio de 1640 se produjo el llamado Corpus de Sangre en Barcelona.

Todo ese descontento se tradujo en esa rebelión liderada en un primer momento por campesinos (los segadores), que aquel día llegaron a asesinar al mismísimo virrey de Cataluña. Comenzaba así la rebelión catalana que, en un primer momento quiso establecer una especie de república independiente pero que enseguida buscaron el apoyo de Francia declarando al rey Luis XIII como conde de Barcelona. De forma inmediata esa Francia del cardenal Richelieu, siempre ansioso de hacer cuanto daño pudiera al gran imperio de los Austrias, envió tropas francesas a hacerse con el control del territorio catalán apoyadas por los rebeldes, convirtiendo así al Reino de Aragón en frente de guerra. Esta no fue la única rebelión que tuvo que afrontar la Monarquía, ya que ese mismo año también estalló la rebelión portuguesa o intentos similares en el Reino de Nápoles, en Andalucía e incluso la del duque de Híjar para convertirse en rey de Aragón.

Ante la llegada de las tropas franco-catalanas, el Reino de Aragón se convirtió en el escudo de la misma Castilla ante el avance de los rebeldes, por lo que tomó una mayor importancia para la corte madrileña. En un primer momento los aragoneses enviaron varias delegaciones para tratar de mediar entre la corte y Barcelona, aunque las negociaciones terminaron fracasando.

Ya en 1641 la frontera aragonesa comenzó a sufrir los efectos de la guerra con diversos ataques de pequeña escala ordenados por el mariscal francés La Mothe, encargado de la guerra en Cataluña. A estos ataques se sumaron también las penurias y enfrentamientos que provocaban el alojamiento o el paso constante de las tropas de Felipe IV por territorio aragonés. Los ataques franceses comenzaron a producirse en diversas zonas como la Ribagorza, La Litera y el Matarraña. Para hacerles frente la corona comenzó a organizar un importante ejército en Fraga, pero aún así el reino aragonés tuvo que acudir a levas propias para poder acometer la defensa de las otras regiones que quedaban desprotegidas.

Así llegó la primavera de 1642, cuando las tropas franco-catalanas de La Mothe llegaron a las puertas de Monzón tras haber saqueado toda la zona de Tamarite y de las riberas del río Cinca. La propia Monzón se rindió al poco tiempo, pero si que resistió un duro asedio su enorme y poderoso castillo, recuerdo de la época de los templarios, hasta que este cayó tras una sangrienta lucha el 10 de junio de 1642. Su caída provocó el avance francés llegando a ocupar otras localidades como Estadilla y Benabarre mientras se comenzó el asedio sobre Fraga. Si caía, la misma Zaragoza quedaría amenazada, por lo que el redoble del esfuerzo de guerra fue aún mayor.

En los meses siguientes la Monarquía Hispánica reorganizó la defensa y pasó a una fase ofensiva que, ante el alivio de los soliviantados aragoneses, logró recuperar Monzón en diciembre de 1643 y la recuperación de Lérida para el bando realista en mayo del año siguiente. Así se llegó a una estabilización del frente de guerra ya en tierras catalanas, aunque Aragón nunca se libró del continuo paso de las tropas por sus tierras con los desmanes que esto producía.

Por otro lado, el conflicto supuso una mayor presencia de la corte de los Austrias en Aragón que fue aprovechada para mejorar las relaciones entre ambas partes, muy maltrechas desde la rebelión aragonesa de 1591 que acabó con la ejecución del Justicia Mayor del reino, Juan de Lanuza V el Joven. Del paso de la corte de Felipe IV y de su familia por estas tierras han quedado huellas en el arte, como el famoso retrato que pintó el mismísimo Velázquez en Fraga al rey o el impresionante 'Vista de Zaragoza' en 1647 pintado por Juan Bautista Martínez del Mazo que hoy se puede disfrutar en el museo del Prado. Una obra maravillosa que nos muestra una Zaragoza de otra época y que ordenó pintar el hijo y heredero del rey, el príncipe Baltasar Carlos, que murió prematuramente en la capital aragonesa en octubre de 1646 y cuyo corazón sigue enterrado en una urna en el altar mayor de la Seo.