Hay un diálogo prodigioso al final de ‘Sin perdón’ (Clint Eastwood, 1992), poco después de que William Munny (Eastwood) y Schofield Kid (Jaimz Woolvett) acaben con toda la banda de mugrosos que han desfigurado a una prostituta por burlarse del tamaño del pene de uno de los agresores. El más joven de los dos sicarios que ahora esperan la recompensa junto al tronco de un árbol en una pradera de Big Whiskey es un aspirante a tipo duro que, al advertir el horror de su crimen, no puede evitar una sentida reflexión sobre el asesinato, un doloroso reconocimiento de la maldad que no acierta a escuchar de sus propios labios si no es entre trago y trago de bourbon. “Nunca volverá a respirar, nunca -dice entre sollozos acerca del hombre al que acaba de matar-. Y el otro también, solo con apretar el gatillo”, llora. A lo que Eastwood, un pistolero arrepentido con pasado sanguinario y bien nutrido currículum de muerte a sus espaldas, responde: “Matar a un hombre es algo muy duro. Le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría tener”.

He visto tantas veces la película que no puedo evitar que esa frase de Eastwood se incorpore a mis pensamientos de modo automático cada vez que se produce un asesinato machista o un crimen tan terrible como el de las dos niñas de Tenerife. Los autores les quitan todo lo que tienen y todo lo que podrían tener. Y en resumen es eso. Lo que uno de esos asesinos provoca trasciende al hecho criminal en sí. Están robando un futuro, la esperanza de una vida mejor lejos del asesino cuyo crimen zanja con violencia la posibilidad de convertir en felicidad una vida truncada por quien creían que era un padre ejemplar o un novio ejemplar o un marido ejemplar, y tras los que en realidad se escondía un homicida cruel y despiadado, lo que viene siendo un malnacido. Y solo con apretar el gatillo, como dice el inexperto pistolero Schofield, o empuñar un cuchillo. O solo con disponer de una embarcación con la que deshacerse de unas niñas, sus hijas, en mitad del Atlántico. Matar es algo muy duro, decía William Munny, pero también muy fácil en según qué casos.

Este tipo de asesinatos, tan sobrecogedores, tan incomprensibles, entran y salen de la agenda española con tanta frecuencia como se producen. Corremos el riesgo de acostumbrarnos al mismo protocolo, ese que se repite como un bucle fatal: crimen, lamento, condena, mensaje en redes, minuto de silencio y aplausos. Y hasta la próxima. Lo hemos vivido tantas veces que temo que llegue un momento en que no nos sobrecoja. Estos “asuntos” aparecen y desaparecen de la agenda política, decía, pero da la impresión de que no se quedan nunca porque falla la estrategia contra su eliminación o porque se carece de dicha estrategia o de, al menos, un paquete a largo plazo de medidas resolutivas y contundentes que contribuyan a rebajar la estadística.

Yo pensaba que la agenda política la marcaban los problemas ciudadanos de resolución y alarma social más urgentes, como la violencia de género, la educación, la sanidad, las tasas insoportables de paro juvenil o el escándalo de las tarifas eléctricas, que incluyen el precio de la luz más caro registrado en un mes de junio y el ministro de Consumo más inservible de la historia reciente, un jarrón chino sobrepasado por una estrategia anticuada, ahora sí, trazada a golpe de tuit, que es el modo en que ahora, por lo visto, se practica la alta política.

Ninguno de tales asuntos parece ser objeto de un plan eficaz o de un consenso entre todos los partidos, tan siquiera de un disenso (aquí no incluyo el blanqueo miserable con que la ultraderecha se refiere al machismo). Sencillamente, dichas cuestiones aparentan no estar en la agenda o se disipan disgregados entre el vocerío del Gobierno y la oposición, lo contrario que ocurre con ciertos indultos, asunto que pareciera protagonizar de continuo las conversaciones a calzón quitado (o a mascarilla), tras el que atronara un clamor social ensordecedor más allá de las astracanadas de la Plaza de Colón o del charco en que se ha metido el Gobierno, como si cada mañana al despertar nos lanzáramos al periódico con el corazón en un puño para saber el minuto a minuto de los potencialmente indultados.

Pero este artículo no va de indultos, relájese el troleo, sino de urgencias y de políticas de emergencia ante problemas que acaban con la vida de inocentes, de la llamada violencia vicaria, de labios partidos, ojos morados y cuerpos descuartizados dentro de un congelador; de bolsas de deporte amarradas a un ancla en el fondo del mar y de tipos capaces de arrebatarle a otra persona todo lo que tiene y todo lo que podría tener. Y también va de qué asuntos no deberían salir nunca de la agenda de un político y sí afrontarse en la misma medida en que otros pueden esperar.

@jorgefauro