Los problemas con el uso del agua y la escasez de este recurso por buena parte de las tierras aragonesas no es algo ni mucho menos novedoso, sino que tenemos ya precedentes incluso en la antigüedad. Ya en época romana, nos consta, por medio del Bronce de Botorrita, la existencia de un litigio por el uso de unas aguas entre Salduie (actual Zaragoza) y Alaun (Alagón), que hacen suponer la existencia de una especie de canal o acequia.

Mucho tiempo después, en el siglo XVI, se comenzó a construir la Acequia Imperial de Aragón después de ceder el emperador Carlos V, seguramente con fines políticos, ante la petición del Concejo de Zaragoza, cuyas pretensiones eran ampliar y hacer prosperar el regadío de su huerta. Las obras comenzaron a hacerse cerca de Gallur, pero pronto se encontraron con un gran problema, y es que el agua no alcanzaba el volumen necesario para regar todo el campo zaragozano. Entonces se decidió situar la embocadura del canal en Fontellas (Navarra), lo que ocasionó problemas de jurisdicción con el Reino de Navarra. Finalmente, debido a problemas técnicos y al elevado coste del proyecto, las obras no se llevaron a término.

De nuevo toca avanzar en el tiempo y llegamos al siglo XVIII. Durante el reinado de Carlos III se implantó en España lo que se conoce como Despotismo Ilustrado, una especie de evolución del sistema absolutista pero en el que la corona buscaba el desarrollo de la sociedad, aunque por supuesto no de forma totalmente altruista. Un pueblo más rico suponía el poder cobrar más impuestos y una menor recurrencia de los frecuentes motines populares. Fue un monarca paternalista que quería lo mejor para su pueblo, lo que queda resumido en la famosa frase de «todo para el pueblo pero sin el pueblo». Para conseguir el bienestar de sus súbditos se rodeó de todo tipo de intelectuales que tenían el objetivo de mejorar la sociedad. Surgieron las Sociedades Económicas de Amigos del País, que eran asociaciones cuya finalidad era difundir las nuevas ideas y conocimientos científicos y técnicos de la Ilustración, a las que Carlos III puso bajo protección real para que fueran el instrumento de su reformismo.

La Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, encabezada Pedro Pablo Abarca de Bolea, más conocido como el conde de Aranda, persona de gran influencia en el reinado de Carlos III, fue la que propuso al rey la construcción del Canal Imperial de Aragón, un proyecto mucho más ambicioso que el de la Acequia Imperial de Aragón, en el contexto de aquella España que para modernizarse quería llenarse de canales como los de Francia, Inglaterra u Holanda, sin tener en cuenta que no podía hacerse a causa de las características de los ríos españoles y de la difícil y montañosa orografía de la península. Tan sólo era factible en el río Ebro y en algunos escasos puntos más de la geografía peninsular.

Las obras comenzaron en 1776 y terminaron en 1790. Pocas obras hidráulicas de Europa gozan de una importancia mayor. Ocupa 110 kilómetros, abarcando desde Fontellas hasta Zaragoza. La empresa se encargó a Ramón Pignatelli, cuñado del Conde de Aranda. Se emplearon las mejores técnicas de la época y su construcción supuso un elevado coste que asumió el Estado, endeudándose con bancos holandeses. En la línea de este Despotismo Ilustrado, las aspiraciones eran construir un canal navegable que, bordeando el Ebro, comunicara el Cantábrico con el Mediterráneo para dar salida al mar a los productos de la huerta del valle medio del Ebro; y que los campesinos accedieran a unas tierras secas a bajo coste pero muy fértiles si se regaban con el canal, lo que desató las protestas de algunos nobles de Aragón, ya que esto perjudicaba sus intereses.

El primero de los objetivos no se cumplió totalmente, ya que por dificultades técnicas el canal solo transcurre desde Fontellas hasta Zaragoza. No se logró comunicar el Cantábrico con el Mediterráneo pero sí se consiguió que los productos de los pueblos ribereños llegaran por medio del canal con mucha facilidad y rapidez a Zaragoza.

También se consiguió el segundo de los propósitos, ya que la cantidad de tierras regables aumentó de manera considerable. El canal se convirtió en la autopista de la época, en el medio más rápido de transportar mercancías. Sin embargo, cayó en desuso debido a la construcción en la década de 1860 de las diferentes líneas de ferrocarril que fueron llegando a la capital aragonesa, algunas de ellas con un recorrido paralelo al del canal. Aun con todo, en la actualidad sigue siendo de importancia vital para el regadío de la zona y su economía.