Ramón Pignatelli nació en la capital aragonesa el 18 de abril de 1734, siendo el tercero de los 8 hijos que tuvieron María Francisca Moncayo Fernández de Heredia, marquesa de Mora y Coscojuela, y de Antonio Pignatelli de Aragón Carrafa y Cortés, conde de Fuentes. Para hablar de su historia hay que comenzar por su curioso apellido de origen italiano y que le viene por su abuelo paterno, Nicola Antonio Pignatelli y Carafa, quien llegara a ser a finales del siglo XVII Gran Condestable del Reino de Sicilia y virrey de Cerdeña cuando estos territorios todavía pertenecían a la Monarquía Hispánica por herencia de la Corona de Aragón.

Su padre Antonio, además de ser conde de Fuentes, era príncipe del Sacro Imperio Romano Germánico y Grande de España, por lo que pertenecía a una de las familias más importantes de la nobleza y que además estaba emparentada con los condes de Aranda y los duques de Villahermosa. Sin embargo, al no ser el primogénito, a Ramón Pignatelli le tocó en suerte una de las otras dos posibilidades que tenían los hijos segundones de la nobleza; el hacer carrera militar o eclesiástica, optando por la segunda.

Fue educado en su niñez en Zaragoza, pero con apenas 6 años de edad se marchó con su familia a Nápoles donde ya reinaba Carlos VII de Borbón, que en 1759 se convertirá en Carlos III de España y que desde el trono y por medio del conde de Aranda apoyaría las políticas que llevaría a cabo Pignatelli.

Durante su estancia en Italia, estudió hasta los 19 años con los jesuitas en Roma para volver después a Zaragoza y estudiar teología en su universidad. Una vez completados sus estudios inició una carrera eclesiástica y política incansable en la que hubo momentos en que tuvo que renunciar a algunos de sus cargos aduciendo exceso de trabajo. Desde 1753 y hasta su muerte se convirtió en canónigo del cabildo catedralicio zaragozano, siendo protagonista de excepción del avance de las obras del templo del Pilar que en ese momento estaba en plena construcción.

Pero si hoy en día se sigue recordando a Pignatelli es por dos hechos fundamentales. La primera es que en 1764, el ya rey de España Carlos III le nombró regente de la Real Casa de Misericordia de Zaragoza, dando esta institución de caridad un cambio radical. Había sido creada en la década de 1660 con la finalidad de dar amparo a los pobres y a aquellas gentes que vivían de limosnas.

Aquella actividad, aparentemente caritativa, se llevó a cabo más por temas sanitarios y de seguridad pública, pues se obligaba a aquellas gentes que tenían que vivir de limosnas a acudir a la Real Casa de Misericordia y así vaciar en apariencia la ciudad de mendigos. Además, con ello se tenía la excusa de expulsar de la ciudad a aquellos que sí tenían capacidad de trabajar pero vivían de la caridad.

Con el paso del tiempo, las rentas que daban los más adinerados para mantener la institución fueron disminuyendo, hasta que el nombramiento de Pignatelli cambió su rumbo de forma radical. El edificio se amplió, se establecieron diferentes talleres para dar trabajo a los ociosos y se formaba en diferentes profesiones a los huérfanos para que no acabaran en la mendicidad una vez tenían que abandonar el centro al cumplir 14 años.

Pignatelli sabía que la financiación de la Real Casa de Misericordia no podía depender en exclusiva del favor real o de las cambiantes donaciones de los más adinerados de la ciudad, de modo que proyectó a su lado la construcción en 1764 de la plaza de toros para financiar con el pago de las entradas parte de los gastos. De ahí que todavía hoy en día se la conozca como la plaza de toros de la Misericordia. Hoy en día, el enorme edificio que ocupaba la Casa de Misericordia es la sede del Gobierno de Aragón y lleva el nombre de su ilustre impulsor.

El otro gran proyecto que todos conocemos es la construcción del Canal Imperial de Aragón, una enorme obra de ingeniería de más de 100 km de longitud aún a pesar de no haberse podido completar. La idea era conectar a través de un canal el Cantábrico con el Mediterráneo y facilitar la salida de los productos agrícolas y manufacturados del valle del Ebro hacia mercados máslejanos gracias al transporte fluvial y luego marítimo. Por problemas de financiación y técnicos nunca se completó, pero sí que fue de una gran importancia para la economía de la ribera, especialmente gracias a las nuevas tierras de regadío que hoy en día siguen funcionando. A pesar del gran apoyo que recibió en la corte gracias sobre todo al conde de Aranda y a la gran gestión que demostró, muchos los tildaban de loco por dicho proyecto. Pero Ramón Pignatelli mostró ese típico humor socarrón aragonés y cuando las aguas del canal llegaron a Zaragoza mandó construir una fuente en Casablanca en honor a todos los que habían dudado de ello: la fuente de los incrédulos.