-Poeta, novelista, corrector, lector editorial, articulista, crítico… Podríamos considerarte un animal literario. 

-Me cuesta imaginarme así, de verdad. Yo soy un lector, sin más. He tenido la suerte de haber podido hacer de la lectura mi trabajo, más o menos, y lo demás ha ido viniendo de forma natural, sin forzarlo. Pocas veces me he propuesto nada, nunca he tomado decisiones.

-El protagonista de tu novela se dedica a organizar o diseñar bibliotecas desde cero. ¿Alguna vez te has planteado este trabajo más allá de la ficción? 

-No, jamás, pero tras publicarla me ha tentado publicar un anuncio como el de la novela, solo para ver qué pasa, si alguien responde... Y es curioso, pero una vez escrita la novela empezaron a pasarme cosas dignas de figurar en algún capítulo. 

-¿Por ejemplo?

-Una vez entregada la novela he tenido que encargarme de reubicar, por así decirlo, dos enormes bibliotecas de dos tíos míos que fallecieron. Ambos eran grandes lectores.

-Que alguien cuente contigo para confeccionar su biblioteca es un gesto hermoso, una demostración de confianza y respeto. 

-Ante todo, sería un acto de humildad: yo no entiendo de esto, y me pongo en tus manos, necesito ayuda. Pero es lo que hacemos todos al ir al médico, o a la psicóloga, o incluso al sentarnos a leer: atribuimos a otro una autoridad, una mayor competencia… De todos modos, creo que es necesario que cada lector encuentre su camino, cuanto más solo mejor. Un libro lleva a otros, no hace falta mucho asesoramiento. La gente que lee siempre tiene un montón de lecturas pendientes. Son quienes no leen los que nunca saben qué leer, los que no encuentran nada en las librerías...

-¿Habría sitio para Carmen Mola? 

-En la mía no, porque no suelo leer esos géneros, pero seguro que está bien. Esa polémica es una idiotez. Al parecer, hemos de concluir que tres escritores no tienen derecho a utilizar un pseudónimo femenino, sin que se aporte ningún argumento de peso, de modo que se propone un nuevo recorte a la creación y, por tanto, a la libertad, un nuevo obstáculo arbitrario. Además, hace años que se rumoreaba que tras Mola había un hombre. La gente finge sorprenderse para poder fingir enfadarse. 

-Seguro que muchos –y aludo a un fragmento de la novela– contratarían tus servicios para aparentar. Como si ser lector estuviera de moda. 

Sí, esos serían los que anhelan tener una biblioteca en casa porque han ido a un cóctel en otra y han visto las paredes llenas, y se quedan pensando… No quieren leer, ni aprender, ni crecer, ni soñar, solo necesitan que lo parezca. Pero les pasa también a los escritores. Algunos cuidan su libro más tras publicarlo: mucho más que la escritura o que la pulcritud de la edición, les importa la promoción, las presentaciones, las redes… 

-Además de escritor eres crítico literario. ¿Cómo afrontas lo de hacer pública tu opinión? 

-Soy crítico mucho antes que escritor, ese es mi trabajo y lo asumo con naturalidad, agradecido. Leo y opino sobre lo que leo. Dada la suerte de dedicarme a eso, solo puedo hacerlo con honestidad, con seriedad. No hace falta valentía, la gente está muy confundida con eso. Cuando dices la verdad y la razonas, casi nadie se enfada. Lo que desprestigia es adular descaradamente, o callarse cosas evidentes. Lo peor que puede hacer alguien que quiera ser crítico es ser manso, pero tampoco ha de gustarte morder, salvo casos extremos. 

-¿No se te ofenden los autores?  

-Pocas veces, pero no me preocupa. Se molestan si no los sacas, te insisten, se ponen pesados… pero si les pones objeciones razonadas lo suelen encajar bien. 

-Parece que hay cierto miedo a resultar incómodo, a que te lapiden en redes sociales... 

-Es fundamental tener un criterio y aplicarlo, justificar tanto los elogios como los reproches… Si se hace, valoran tu opinión, te tienen en cuenta. Si un crítico se autocensura está perdido. Y si se sobreactúa, si presume de duro, si se hace el temible... Es mucho más ridículo el que se esfuerza por ser severo que el lameculos. 

-El protagonista de la novela atraviesa la crisis de los 40. Hace un año los cumpliste tú... ¿Notaste un punto de inflexión? 

-No, yo no he tenido ninguna crisis de los 40, que yo sepa. Es la principal diferencia entre mi personaje y yo: yo no he andado en absoluto tan abatido ni desnortado. 

-Por cierto, felicidades, vas por la tercera edición en tan solo 6 meses... 

-Es una sorpresa, de verdad. Yo no sé muy bien a qué público convoca esta novela, pero pensaba que sería en todo caso a pocos, a algunos curiosos… Pero el libro está gustando, se está hablando de él, está teniendo su camino, y yo me alegro mucho por él, claro. Mucha gente me dice que lo compró por el título, así que hay más gente interesada en los libros de lo que podría parecer. 

-En un poema dices que "el cielo de Burdeos es la polla". ¿Qué tal el de Zaragoza? 

Hablé de él en un poema, comparándolo con el de Madrid. Prefiero el de Zaragoza, más bajo, más modesto, más hogareño y familiar, más protector, menos indiferente… 

-Estás enamorado de tu ciudad.

-Bueno, no sé si diría tanto, pero adoro Zaragoza, sí, y por eso le saco tantas pegas. Me importa mucho, me encanta ser de aquí, pero además me siento comprometido con ella, y por eso no puedo evitar ser muy crítico, un poco tocanarices, me temo. 

LA RÁFAGA

– Una canción. 

– ‘Nightswimming’, de R.E.M.

– Un libro.

– Dos no obvios: ‘Conversación en Sicilia’ de Elio Vittorini, y ‘El sifón azul’, de Urs Widmer.

– Un plato. 

– Migas.

– Un lugar.

– Diría Venecia o Islandia... pero mejor Legazpi, mi barrio.

– Black Friday.

– Nunca compro nada. 

– Pasaporte covid.

– Llevo tres años sin salir de España.

– Navidad.

– Una trampa.

– Madrid.

– Mi zona de confort, donde me apetece estar.

– Metaverso. 

– Un espejismo, literalmente.

– Precio de la luz.

– Una inmoralidad más.

– Algo que te aburre. 

– La actualidad, lo teatral, la bronca.