200 años de una invasión

Desde el pasado mes de abril se cumplen 200 años de la invasión de España por el ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis

Imagen Cuadro de José Aparicio con la liberación de Fernando VII en 1823

Imagen Cuadro de José Aparicio con la liberación de Fernando VII en 1823

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Cuando Fernando VII regresó a España en 1814 de su cautiverio dorado en tierras francesas, lo primero que hizo fue estudiar los apoyos que tenía en un país del que llevaba ausente seis años para regresar al tradicional sistema del Antiguo Régimen y el absolutismo, derogando así la Constitución de 1812 que las Cortes gaditanas habían elaborado y puesto en vigor mientras luchaban por el regreso del monarca. Este vio que sí que tenía los apoyos suficientes y acabó derogando la primera carta magna de la historia de España, la cual limitaba mucho los poderes de la monarquía como institución, y comenzó las persecuciones contra los liberales.

Los años siguientes hubo varios golpes de Estado con los que algunos militares trataron de obligar al rey a aceptar la Constitución por la fuerza de las armas, pero todos esos intentos fracasaron hasta que llegó el año 1820. Rafael del Riego realizó en Cabezas de San Juan (Cádiz) un nuevo pronunciamiento que, esta vez sí, acabó triunfando, viéndose el rey obligado a jurar La Pepa, como se conocía popularmente a la Constitución gaditana, dando así inicio en marzo de ese mismo año a lo que se ha denominado como el Trienio Liberal o Constitucional (1820-1823). De nuevo se limitó el poder del rey, se introdujo la división de poderes, la libertad de prensa, el derecho a la propiedad privada y la soberanía nacional recaía en el conjunto de la nación y no sólo en una familia. Fue pues, en definitiva, un paso más en las revoluciones liberales que vivieron España y el conjunto europeo a lo largo del siglo XIX y donde hunden sus raíces los modelos sociales y políticos de la actualidad.

Mientras, la Europa que había derrotado a Napoleón y a la Revolución francesa buscaba a toda costa que se reprodujeran nuevas experiencias revolucionarias en el continente. En Francia se había reinstaurado la dinastía de los Borbones y el absolutismo encarnados en un Luis XVIII que estaba deseando una oportunidad para proclamar a los cuatro vientos que los tiempos de la revolución habían quedado atrás, y que quería hacer la función del «policía de Europa». Ahí también estaban Austria, Prusia y Rusia, formando entre estas potencias la Santa Alianza, cuya misión era aplastar los conatos de revolución, como así hicieron en el Reino de las Dos Sicilias y en el reino de Piamonte.

Mientras tanto, en España, Fernando VII proclamaba su adhesión al régimen y al gobierno constitucional, pero realmente temía una deriva radical que acabara con él en el cadalso, como le había ocurrido a Luis XVI en 1793. Por eso, el monarca mantuvo contactos con esa Santa Alianza solicitando su ayuda militar, cosa que consiguió finalmente en 1823. Fue Francia la que se postuló para llevar a cabo una invasión militar de España para acabar con el gobierno constitucional y reinstaurar el absolutismo, y esto cristalizó en la formación de un ejército que fue conocido como Los Cien Mil Hijos de San Luis.

Este ejército fue liderado por el duque de Angulema y por entonces Delfín de Francia, Luis Antonio de Borbón, entrando en España a partir del 7 de abril de 1823 sin haber declarado siquiera la guerra de forma oficial, aunque era algo que se sabía desde hacía mucho tiempo que iba a ocurrir. Lo cierto es que el régimen constitucional, que había estado esos años en una lucha constante entre las diferentes facciones liberales y afrontando a su vez las rebeliones de los absolutistas, no había tenido tiempo suficiente como para arraigar lo bastante entre la población y apenas hubo una verdadera resistencia. Uno de los casos más paradigmáticos fue el de Zaragoza, pues entre los franceses quedaba todavía muy fresca la furibunda resistencia de los zaragozanos, tan sólo quince años antes, durante la invasión napoleónica. Sin embargo, las tropas francesas fueron esta vez recibidas sin resistencia e incluso entre vítores como en la mayor parte del país.

El gobierno no tuvo más remedio que retirarse desde Madrid primero hasta Sevilla llevándose consigo al rey, y después, ante el imparable avance francés, acabó refugiándose en Cádiz buscando una nueva resistencia como había ocurrido durante la Guerra de la Independencia (1808-1814). Pero en esta ocasión no se contó con apenas fuerzas militares ni tampoco con el apoyo naval británico, de modo que la defensa de la ciudad estaba abocada al fracaso, algo que decidió la llamada Batalla de Trocadero del 31 de agosto de 1823 y que, por cierto, da nombre a una plaza y unos jardines en París muy cerquita de la Torre Eiffel. Finalmente, el 30 de septiembre de 1823, el gobierno liberal decidió dejar marchar a Fernando VII, quien abandonó Cádiz para cruzar la bahía y reunirse con el duque de Angulema en el Puerto de Santa María. Así fue el final, hace casi dos siglos, de ese Trienio Liberal, regresando de nuevo España a la senda absolutista hasta la misma muerte del monarca una década después.

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