600 años del Papa Luna

El próximo martes, 23 de mayo, se cumplen 600 años de la muerte del aragonés Pedro Martínez de Luna

Busto relicario de San Valero en la Seo de Zaragoza, hecho a partir del rostro del Papa Luna.

Busto relicario de San Valero en la Seo de Zaragoza, hecho a partir del rostro del Papa Luna. / El Periódico de Aragón

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Sin duda, uno de los aragoneses más universales de la Edad Media fue Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor, a quien todos conocemos como el Papa Luna a pesar de seguir siendo considerado a día de hoy por la Iglesia Católica como un «antipapa». ¿Pero quién era este hombre y por qué la Iglesia no le reconoce como uno de sus pontífices? Pedro nació el 25 de noviembre del año 1328 en la localidad de Illueca durante el reinado de Alfonso IV de Aragón, y lo hizo en el seno de una de las familias más poderosas e influyentes del medievo aragonés. Era hijo segundón, y como era tradicional para aquellos que no heredaban los títulos de sus padres, le tocaba hacer carrera militar o religiosa. En su caso se inició en la formación castrense, aunque pronto pasó a la vida eclesiástica destinado, como hijo de noble que era, a ocupar un cargo de importancia en el gobierno de la cristiandad.

Durante su juventud estudió Derecho en la Universidad de Montpellier, de la que incluso llegó a ser más tarde profesor de Derecho Canónico. Más tarde Gregorio XI, papa entre los años 1370 y 1378, nombró cardenal al aragonés, convirtiéndose así en príncipe de la Iglesia en los años finales del Papado de Aviñón (1309-1377). Durante parte de la Edad Media, y especialmente en los siglos XIII y XIV, el control de la curia papal se convirtió en un asunto clave en la política europea, y Francia pujó muy fuerte para controlar los cónclaves y las elecciones de papas para que así los pontífices satisficieran los intereses franceses consiguiendo por ejemplo que reyes como Pedro III o Alfonso III de Aragón llegaran a ser excomulgados cuando la Corona aragonesa se enfrentó a Francia por el control de Sicilia y el sur de la península Itálica. Aprovechando este control galo y la inseguridad en la que se encontraba la ciudad de Roma, en el año 1309 la sede papal pasó a estar en la ciudad de Avignon, un feudo de los Estados Pontificios pero que se encontraba junto a territorio francés, lo que hizo todavía más evidente la dependencia del sucesor de San Pedro y la política de la Iglesia en aras de los intereses de la poderosa Francia. Allí se mantuvo la sede de la Iglesia que vivió en una opulencia sin precedentes hasta que en 1377 el papa Gregorio XI, aquel que había nombrado cardenal a Pedro de Luna, decidió que ya era hora de que el papa regresara a Roma.

El aragonés le acompañó, pero al año siguiente falleció el papa Gregorio y la elección de un nuevo pontífice se convirtió en un asunto peliagudo. Primero porque tan sólo dieciséis de los veintidós cardenales electores, entre los cuales estaba el aragonés, se encontraban en ese momento en una Roma en la que había hasta tres facciones diferentes, cada una con su propio candidato, a la vez que los romanos reclamaban la elección de un papa italiano en lugar de uno francés. Finalmente se eligió a Urbano VI como solución de compromiso para acabar con la crisis, pero pronto este se mostró poco diplomático mientras que muchos de los cardenales que lo habían elegido empezaron a decir que lo hicieron por miedo a las turbas romanas que les exigían elegir a un italiano. Así, pronto se reunieron en la ciudad de Anagni donde declararon que la elección había sido nula, eligiendo entonces a Clemente VII. Sin embargo, el papa Urbano no estaba dispuesto a entregar el báculo de San Pedro, de modo que esto provocó el Cisma de Occidente y la división de la cristiandad. Clemente estableció su sede en Avignon mientras que Urbano se quedó en Roma, y los diferentes reinos europeos se dividieron apoyando a uno u otro papa por su conveniencia.

Pedro de Luna regresó a Avignon junto a Clemente VII y a la muerte de este en 1394 el aragonés fue elegido como su sucesor tomando el nombre de Benedicto XIII. Sin embargo, Francia, que no quería ni por asomo que el nuevo papa fuera aragonés dadas las relaciones de rivalidad que mantenía con la Corona de Aragón, retiró su tradicional apoyo económico y militar a la sede papal de Avignon a la que siguieron los reinos de Navarra y Portugal, ahondando así todavía más la división de la cristiandad. Tras un bloqueo militar por parte de los franceses, Benedicto tuvo que huir de la ciudad en 1403, siendo ya entonces sólo reconocido como papa por la Corona de Aragón, Sicilia, Castilla y Escocia, donde por cierto concedió una bula para la creación de la Universidad de Saint Andrews, la más antigua de Escocia.

Pedro de Luna acabaría teniendo su sede en el castillo de Peñíscola amparado por la Corona aragonesa mientras siguió manteniendo que el único papa elegido de forma legítima era él, y no los que se fueron sucediendo durante esos años en la sede romana. Su negativa a renunciar al cargo le granjeó varios intentos de asesinato, dando origen a la tradición del origen de «mantenerse en sus trece» como un signo de perseverancia en sus convicciones. Al final, abandonado prácticamente por todos, el Papa Luna murió hace 600 años un 23 de mayo de 1423 con 94 años. Todavía hoy la Iglesia le considera un antipapa y no está reconocido en la lista de pontífices, aunque en 2022 el Gobierno de Aragón manifestó al actual Papa Francisco el interés por rehabilitar su figura como sucesor de San Pedro en una historia que dista mucho de acabar.

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